http://dx.doi.org/10.22201/iie.18703062e.2000.76.1903

Reseñas

 

El Primero sueño de sor Juana Inés de la Cruz. Bases tomistas de Alejandro Soriano Vallès

 

por Rocío Olivares Zorrilla

 

México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 2000 (Estudios de Literatura, 6)

 

Recuerdo un emblema de Athanasius Kircher en su Aedipus Aegyptiacusen el que aparece un escarabajo trazando un sendero en espiral a partir de lo que Kircher llama el "espíritu mundano" con "apetito de forma",1 sendero cuyos siete círculos concéntricos, que culminan de afuera hacia adentro en el centro del Espíritu Divino, ostentan sendos signos planetarios. En ese apetito de forma me hace pensar a veces el universo de correspondencias y voces que late en el mundo de la literatura, rizomas que se entrecruzan y separan, fundiéndose y bifurcándose en una espesa maraña cuyo apetito caprichoso, de pronto, en momentos luminosos, emerge del vientre terreno. Esos instantes germinales son los atisbos de la forma, constructos, poemas, pirámides que se yerguen airosas hacia la luz. Cuando nos acercamos subyugados por una forma y la palpamos y abrazamos en un acto auténticamente amoroso, descubrimos en su textura el rumor interno de sus raíces. Todo un coro de murmullos, que en el poema oímos en singular concierto, nos remite a sus fundamentos. En el caso del Primero sueño, de sor Juana Inés de la Cruz, el amoroso abrazo suele perderse en un laberinto de voces, y nos puede pasar, en reflejo abismal, lo mismo que al alma atónita ante el cúmulo de lo creado. Es preciso entonces un hilo de Ariadna, una guía veraz que nos conduzca a la fuente subterránea de imágenes, ritmos y enigmas dibujados en el poema. La escolástica viene a ser, así, una raíz maestra en la que podemos apoyarnos para dilucidar el Primero sueño, desembarazados lo más posible de prejuicios denostatorios fabricados por el didactismo de nuestro tiempo y adentrándonos en la verdadera significación de la llamada philosophia perenne. Ésta es la aventura que emprende Alejandro Soriano, armándose de los mismos elementos que ofrece el discurso lógico y analítico y dejando en el olvido la superficial prevención contra el pensamiento tomista que suelen inocularnos en las aulas. A partir de una lectura puntual y de un sagaz examen del Primero sueño, Alejandro explora el universo de la Summa, detectando, identificando y vinculando los componentes de ambos mundos, el del poema y el del tratado filosófico. Esta singular tarea tiene pocos antecedentes, como el de Alfonso Méndez Plancarte y el de Gerald Cox Flynn, pero sus resultados nunca han sido expuestos tan sistemáticamente ni tampoco en un paralelismo dialogante con una obra insoslayable en nuestro momento: Las trampas de la fe, de Octavio Paz. A raíz de la publicación de este libro crítico-biográfico, se modificó sensiblemente la luz bajo la cual la crítica literaria veía la obra de sor Juana. Pero las nuevas conclusiones y presunciones acerca de la vida de la Fénix, fundadas en nuevos datos, que por cierto debemos agradecer también a Elías Trabulse, resultan insuficientes para juzgar de manera atinada el gran poema sorjuanino. Es innegable, además, que muchas de las aseveraciones que en un principio arrebataron al público lector de la obra de Paz, sobre todo las referentes al contexto literario y filosófico de sor Juana, desde los autores clásicos y helenísticos hasta los renacentistas y barrocos contemporáneos a ella, poco a poco han sido identificadas como provenientes de críticos anteriores que permanecían en los oscuros anaqueles universitarios y que nunca fueron best-sellers, como Karl Vossler o Robert Ricard, entre otros, de quienes por cierto Paz da muy vagas referencias cuando de hecho los cita, eso sí, expandiendo los hallazgos de sus antecesores con las analogías del brillante discurso poético que lo caracteriza. Sin embargo, si la tarea de Octavio Paz al completar los señalamientos de sus maestros con nuevos descubrimientos y atisbos proyecta la obra de sor Juana en una dimensión más plena y profunda, Paz toca muy escasamente aspectos fundamentales, radicales, diríamos, del contexto cultural de sor Juana, como ese inmenso paraje de la cultura occidental que es el de la obra de Tomás de Aquino. Y sucede que de la adecuada o inadecuada ponderación de las bases tomistas de la obra de sor Juana depende un sinnúmero de conclusiones y afirmaciones de Octavio Paz que muchas veces sí, pero a veces no, responden a la realidad literaria del Primero sueño. Y así como después de Las trampas de la fe, tanto en México como en otros países, la crítica sorjuanina ha dejado de repetir viejos lugares comunes sobre su vida y su obra, teñidos de romanticismo, beatería o psicologismo, también hace falta someter a un detenido e implacable examen esta obra de Paz para poder internarnos cada vez más y de manera más cierta en la savia y las raíces del Primero sueño. El libro de Alejandro Soriano nos demuestra hasta qué punto no todo estaba dicho sobre el Primero sueño, como algunos querían hacer creer. El sondeo que Soriano realiza de los muy diversos supuestos de las metáforas de sor Juana, su precisión de los alcances filosóficos y semánticos de sus muchos símbolos, la delimitación de cada una de las categorías aristotélico-tomistas que descubre en el cáliz de los pétalos poéticos, nos brindan un perfume más definido del Primero sueño del que emana de muchos respetables comentaristas sorjuaninos que prefieren glosar las afirmaciones de Paz que desplegar los misterios radicales del poema. El estudio contextual de una obra de gran envergadura, como ésta de sor Juana, es más vasto de lo que pudiera imaginarse, y no tenemos –¡nunca debemos!– cruzarnos de brazos y no ver más que la cena de las cenizas después del espectáculo deslumbrante. Antes que la crítica, fue el poema.

Sobre el carácter verdadero o engañoso de El sueño de sor Juana, por ejemplo, oímos una y cien veces, que el Primero sueño es un poema del desengaño barroco. Nada más parcial sobre este gran poema, y coincido enteramente con los largos y meticulosos pasajes que Alejandro Soriano dedica al problema del supuesto "desengaño" del alma en El sueño. Más aún, con respecto al mismo contexto de sor Juana es limitada la casuística del desengaño en relación con la amplitud de motivos y resortes de ese gran universo del barroco, un estilo y un pensamiento optimista si los hay, al decir de Otis Green, y que se abre al mundo en crecimiento; escéptico, sí, pero entusiasta, lleno de curiosidad y de esperanza. Alejandro Soriano se pregunta como punto de partida: "¿Dónde reside el fracaso del alma?", en referencia a la afirmación de Paz de que El sueño es "la historia de una derrota". Y procede puntualmente a desnudar la lectura del poema de los prejuicios didascálicos con que se desvía el recto sentido del poema. Soriano precisa: el entendimiento humano no es deficiente sino que posee su propia perfección humana. Sólo tiene límites, con lo que el Primero sueño es un poema sobre los límites del saber humano. Y no sólo Octavio Paz es rebatido en un pormenorizado examen de las connotaciones de las metáforas sorjuaninas sino, de paso, toda una secuela crítica que ha tomado por verdad incuestionable lo que finalmente resulta ser una lectura parcial y más bien forzada. Es magistral el capítulo que Otis Green dedica al problema del optimismo-pesimismo en el barroco en el tomo cuarto de su gran obra España y la tradición occidental. Ahí podemos encontrar un sinnúmero de referencias que apoyan la recta comprensión de El sueño de sor Juana como un poema básicamente optimista, que es la posición de Alejandro Soriano y la que yo comparto. Y si Soriano accede a esta conclusión después de un análisis del discurso poético-filosófico de sor Juana, Otis Green sustenta dicha conclusión ofreciéndonos una gama de citas de autores españoles del Renacimiento y del barroco a la vista de las cuales sostiene que, para los barrocos hispánicos, "el fraude es obra del hombre, no de Dios" y que esta idea, tan vieja como el cristianismo, no se tambaleó en el barroco español: "la esperanza no ha muerto". Prosigue asentando que la esperanza no tiene más alternativa que la desesperación, y que ésta es "el pecado más grave que puede cometer un creyente católico". El mismo Gracián, catalogado como el pesimista por excelencia, justifica las vueltas de la Fortuna como "alternativas de una justísima providencia". El pesimismo surge ante los equívocos humanos. Así en san Pablo como en Nieremberg, quien condena la futilidad de los hombres mundanos, pero no de los hombres a secas. Entonces, concluye Otis Green, "En las obras que presentan la vida como un sueño, o como una comedia o un teatro, se ve, más que un desfogue de pesimismo, la sensación de que la realidad está separada de nosotros por el mundo de los fenómenos."2  Creo  sinceramente  que Georgina Sabat de Rivers dio en el clavo en un ensayo suyo de 1969,3 cuando afirmó que el Primero sueño no sólo enseña a bien morir, sino también a bien vivir, complementando con esta certísima observación, a la que llama "el magisterio del sueño", el célebre ensayo de José Gaos en el que el filósofo hermana el poema de sor Juana con el drama el drama de Calderón. No es un sueño engañoso el de sor Juana, no, pues no tiene la naturaleza ebúrnea, opaca, de aquellos sueños que los petrarquistas veían en vano de su amada ausente. El sueño de sor Juana es el sueño del hombre, de todos los hombres, en trayectoria tenaz hacia la verdad y el bien. Fácil sería decir que no hay tal verdad ni bien y que, por tanto, los que a ello tienden se engañan, pero subyace en esa afirmación una buena dosis de nihilismo, si no es que de fariseísmo. El alma de sor Juana tiene un sueño verdadero, uno que vislumbra a través de la puerta translúcida, hecha de cuerno pulido, la trascendencia del hombre mismo a pesar de todas sus limitaciones y con todos sus despertares, los que por cierto son tan anticlimáticos con respecto a los bellos sueños como reconfortantes ante los malos. El despertar de sor Juana está lleno de luz y certidumbre cuando su alma en sueño tocaba sirtes. Si José Gaos no observó esto fue porque estaba muy ocupado haciendo otros señalamientos igualmente importantes, pero que no eran todos los señalamientos posibles. La naturaleza de la crítica no consiste en abarcar todas las lecturas de una sola vez como quien tapa el sol con un dedo. El papel de la crítica es ofrecer una lectura coherente y abierta a otras lecturas plausibles. El gran maestro seguramente estaría de acuerdo con esto, así que resulta absurdo interponerlo como obstáculo insalvable al sano ejercicio de la crítica. Valgan estos capítulos de Alejandro Soriano para reafirmar, a partir de la semántica propia del poema y del contexto del pensamiento escolástico en el que aquel se inserta, que la vieja filosofía tenía más rasgos modernos de lo que sospecharíamos si nos atuviésemos a una óptica superficial.

Observaciones tan sutiles y sagaces de nuestro autor, como la de que ni Octavio Paz ni Sergio Fernández incluyen el amanecer como parte de la alegoría del poema, con lo que aquélla queda incompleta en sus interpretaciones, nos iluminan ese rincón que permanecía en penumbra cuando leíamos subyugados, por ejemplo, el brillante discurso de Paz; rincón oscuro o ámbito del significado poético que por sus fueros, y también gracias a Alejandro Soriano, viene ahora a completarnos el sentido del Primero sueño. El amanecer es salida del engaño del soñar, pero no decepción, ni mucho menos desesperación. Es acceso a la certidumbre y cúspide del ser humano, plenitud de todas las potencias y, entre ellas, la del libre albedrío; conciencia de las propias limitaciones pero certeza de estar en el camino correcto. Esto es, nada menos, la perfección dable al ser humano. Una perfección circunscrita, asimétrica, poblada de anomalías como esta extravagancia del soñar. Es reconfortante, aún más, realmente estimulante ver cómo los derroteros de la mejor crítica vienen a confluir en una visión más clara del poema de sor Juana. Queda ya muy lejos el psicodrama que la crítica nos pintaba de una sor Juana renunciante que sacrifica el mundo de las letras como acto de contrición religiosa. Y lo excitante es que no sólo logramos dar este gran paso a través del análisis contextual del momento en que vivió sor Juana, de las circunstancias que rodearon los últimos años de su vida, de los textos documentales que arrojan luz sobre los motivos de esta rara mujer, sino también por medio del examen riguroso de las metáforas que componen su obra.

Otra cuestión fundamental es la de la mística en relación tanto con el Primero sueño como con la propia existencia de sor Juana. Sobre esto hay todavía mucho que decir. Hasta la obra de Octavio Paz o poco antes, habíamos estado en el terreno de la crítica sorjuanina ante una imagen más bien distorsionada de ella como mística, imagen que por cierto persiste en países fuera del nuestro en los que sor Juana sólo es superficialmente considerada, en ámbitos académicos, como una escritora de la índole de santa Teresa. Era la visión de Ezequiel Chávez, la que ahora pretenden seguir sosteniendo algunos a pesar del camino recorrido desde Las trampas de la fe. Alejandro Soriano contribuye enormemente al esclarecimiento de la relación de sor Juana con la mística. Sus capítulos dedicados al carácter metafísico del vuelo del alma son un dechado de rigor analítico. En ellos desmenuza las imágenes poéticas a la luz del pensamiento escolástico y coincide, con Paz, en la naturaleza filosófica del trayecto intelectual de que somos testigos en El sueño. Y la relevancia de estos pasajes de la obra de Alejandro Soriano no sólo se debe a esta capital especificación sobre el poema sorjuanino, sino que en ella coincide con los mejores críticos que le preceden, entre los que también se encuentra Octavio Paz. Es decir que la obra de Alejandro Soriano no es una mera contestación a Las trampas de la fe, sino una crítica sincera que toma al poema como eje rector y que coincide con la crítica de Paz en muy diversas ocasiones, lo que nos demuestra y garantiza el afán de Soriano por llegar a la lectura más plausible en bien de todos los interesados. Otra cosa sería ser más enemigo de Platón que amigo de la verdad, lo que es tan suplantador de la verdad como el ser muy amigo de Platón. El vuelo del alma en El sueño es sólo místico en cuanto a la intención, nos dice Alejandro Soriano, no hay una experiencia mística real como la de san Juan o santa Teresa sino mental. En esa experiencia intelectual, diría yo, ahora sí distanciándome de Las trampas..., la verdadera cúspide es el propio intelecto agente, como ápice del hombre hacia Dios, y no precisamente las esferas supralunares que Cosmiel muestra a Teodidacto en el Iter extaticum de Kircher. Cuando volví los ojos de nuevo al poema después de leer Las trampas... no encontré más planetas que la Tierra dormida y en sombras, ni más astros que las "intelectuales" y "claras" "estrellas" en sólo un verso de todo el poema. En cambio sí vi, como Alejandro, interiorización, autoconciencia del alma, "cumbre de su propio vuelo". Es por eso que resulta central el problema de la "centella" del alma. Estoy plenamente de acuerdo en esto con Soriano; desde hace ya un buen tiempo me percaté de que la crítica sorjuanina no había tocado con suficiencia esta cuestión fundamental. En efecto, el alma no "es centella" como pretende Paz, sino que "contempla" la centella. Por medio de ella y "participada de Alto Ser", le es dable ver a la Divinidad como uno ve al Otro. Ésta es la proposición de santo Tomás en la Summa, y a la que se adhiere sor Juana. El alma participa de Dios pero no es Dios: diferencia abismal con la perspectiva emanatista de la heterodoxia y resultado decantado de la inmensa labor de depuración que santo Tomás realizó en el siglo XIII de la herencia platonizada de los textos aristotélicos.

Sigamos con otras afirmaciones cuestionables de ciertos comentaristas: la sor Juana cartesiana, por ejemplo. Este curioso afán lo veo muy emparentado con posturas más bien liberales en torno a la cultura mexicana, en las cuales la revolución de Independencia es una especie de eje hacia el cual y desde el cual gira toda la historia de nuestro país. A ese vórtice iría, pues, a parar el interés científico de sor Juana, su observación pragmática de la naturaleza y su curiosidad experimental. Es decir que antes de Descartes no había más ciencia que la recitación de los libros heredados ni más práctica que la sangría con sanguijuelas. ¡Pobre escolástica, cuyos esfuerzos y sudores en mil laboratorios tanto del Viejo como del Nuevo Mundo no podían encontrar más que el error! Hasta que de pronto se hizo la luz y la razón nos puso en el camino correcto. Entonces sor Juana no puede menos que participar de un racionalismo de tipo cartesiano, pues lo que nos narra acerca de sus observaciones y experiencias en la Respuesta a sor Filotea no tiene nada que ver con la aproximación escolástica al conocimiento. Ejemplos de mixtificación, como éste, son frecuentes al tratarse de personajes tan singulares como nuestra Juana. Hay quienes la han tildado de pagana, de hermetista, de manierista, de preilustrada, de mística y hasta de lesbiana. A veces pienso que entre tanto epíteto, lo que se hace evidente es una necesidad obsesiva de la crítica de postular aparentes tesis por medio de dichos epítetos y probarlas con unas cuantas analogías prendidas con alfileres. Y conste que no es porque yo niegue de plano que existan en la obra de sor Juana elementos de hermetismo o de manierismo o de mística, sino que el problema es, precisamente, la etiquetación sin más, que omite todo un complejo de vinculación entre ciertas características y otras; entre las circunstancias concretas que rodean una producción literaria y esta misma. El hermetismo, por ejemplo, es para mí más bien hermenéutica; el manierismo, sólo un aspecto más del barroco que ella comparte y vive; el supuesto lesbianismo, simplemente petrarquismo poético. Sucede algo parecido con la pretendida modernidad de sor Juana. Creo, sí, que Sigüenza, su amigo, fue un preilustrado, como lo fueron otros sabios de su tiempo, pero hace falta un estudio detenido como el que emprende Alejandro Soriano para establecer la diferencia entre la naturaleza quiditativa o escolástica del conocimiento que propone sor Juana y no la propuesta perinoética del cartesianismo, que separa el ámbito de la fe del ámbito de la razón óoperación clave del racionalismo ilustrado. El racionalismo escolástico pasó por diversas etapas a lo largo de su existencia. Ya en el siglo XIII el gran avance de determinadas ciencias, como el de la óptica, evidenciaba que en el seno de la escolástica había un auténtico interés por el comportamiento del mundo objetual. A mediados del siglo XVI, Petrus Ramus, desde París, había difundido ampliamente un nuevo racionalismo escolástico y antiaristotélico basado en la observación del universo. En el XVII, siglo de sor Juana, desde las primeras décadas se dejó sentir en los círculos intelectuales de Europa la influencia empirista del Novum organum de Francis Bacon, cuya propuesta era precisamente la experimentación. El racionalismo de sor Juana va por estos caminos: pero también tiene a Dios como fin último de toda reflexión. Es una escolástica de nuevo tipo. Pero esto no se puede percibir si no nos adentramos en la historia misma del racionalismo filosófico y si no distinguimos, como lo hace Alejandro Soriano en su esclarecedor capítulo "La deducción", las verdaderas implicaciones de su aproximación cognoscitiva al mundo y a Dios.

¿Es filósofa sor Juana? La pregunta tiene facetas y pienso, también, que este epíteto puede sumarse a la serie que mencioné anteriormente y que tiende a encajonar a sor Juana en requisitos inventados por nuestras propias necesidades reivindicativas. Sor Juana es tan filósofa como lo fueron Quevedo o fray Luis de León. Su profundo conocimiento de la figura del mundo que propone el tomismo aristotélico no la convierte en un Francisco Suárez sino en una poeta de primera línea. No otro es el fin de la filosofía, que no sólo es el tautológico, el del amor a la sabiduría, sino el fin social de hacer de la vida de los hombres una vida acorde a la verdad. Y la vida creativa de sor Juana lo fue siempre: sabia y atenta a los dictados de su inteligencia, pero no sujeta al discurso argumentativo-expositivo de la filosofía. ¿Cómo explicarse, si no, el gracioso desparpajo –ideológicamente conveniente– de poetas y dramaturgos cuando convierten al libre albedrío o voluntad, en lugar de un acto en sentido estricto, como lo era para santo Tomás, en una potencia del alma acompañada del entendimiento y de la memoria? Los resortes culturales suelen trastocar las categorías filosóficas cuando los poetas las alegorizan. En esta metamorfosis se desdibujan los límites y distinciones que traza cuidadosamente el filósofo, porque de lo que se trata es de persuadir por medio de una representación figurativa. Un filósofo de tomo a lomo escribiría un tratado sobre el asunto. Pero los poetas hacen poesía. Sus instrumentos son la polisemia y la imaginación formativa, no el rigor analítico ni la síntesis expositiva. ¿Es menos la poesía por ello? Ésa sería una nueva impostura. Pienso entonces que cierta crítica suele caer en un reflejo especular de sus propias intenciones, lo que la aleja de una interpretación ajustada de la obra que examina. Como el reflejo en abismo de Las Meninas de Velázquez, hay críticos que se pintan pintando el cuadro al infinito. Es reparador, entonces, un estudio como el de Alejandro Soriano para hacernos conscientes de que toda la filosofía de sor Juana está contenida, cifrada en sus imágenes y alusiones, y de que la filosofía es para ella enraizamiento de su obra, humus o sustrato del portentoso despliegue que llamamos poesía. Alejandro Soriano nos lleva así de la mano por las soterradas bases tomistas del Primero sueño, identificando ramificaciones y vericuetos para revelarnos la verdadera índole de la savia nutriente de sus metáforas y para que podamos encontrarnos, en el recodo final, con el poema en luz.

 

Notas

1. Aedipus Aegyptiacus, Roma, Vitalis Mascardi, 1652, t. II, p. 411.

2. España y la tradición occidental, Madrid, Gredos, 1969 (BRH), vol. 4, pp. 29-36.

3. "A propósito de sor Juana Inés de la Cruz: tradición poética del tema sueñoen España", en MLN, 1969, 84, 2, p. 195.