http://dx.doi.org/10.22201/iie.18703062e.2007.90.2237
Libros
La memoria compartida. España y la Argentina en la construcción de un imaginario cultural (1898-1950)
por Mireida Velázquez
Yayo Aznar y Diana B. Wechsler (comps.) Buenos Aires, Paidós, 2005
Después de haber sufrido una dramática crisis económica, política y social como la que enfrentó recientemente el pueblo argentino, algunas historiadoras del arte de este país decidieron hacer, junto con sus contrapartes españolas, una revisión de las relaciones culturales entre estos dos países en un periodo por demás significativo: 1898-1950.
Este momento histórico marcado por una serie de eventos como el fin del imperio español, la guerra civil, el franquismo y el peronismo, determinó el carácter y la realidad de ambas naciones, así como el sentido de una memoria colectiva cuyos vínculos se delinearon a partir de un pasado común.
Tal vez la pregunta pertinente sería ¿qué tiene que decir la historia del arte como disciplina sobre el desarrollo de las relaciones entre estos países y qué puede aportar en el proceso coyuntural de análisis y crítica que realiza actualmente la sociedad argentina?
Ésa es la aportación primordial de este libro y de los diferentes ensayos que aquí se presentan: ofrecer una nueva perspectiva para el estudio de las relaciones bilaterales entre Argentina y España, tomando como punto de partida las cuestiones artísticas y culturales.
Los nexos entre el arte y la política, las relaciones de mecenazgo por parte del Estado, el arte comprendido como propaganda o como medio de justificación de un régimen, son tópicos que adquirieron un nuevo sentido a lo largo del siglo XX, debido a la aparición y perfeccionamiento de diversas técnicas de reproducción masiva.
Sin embargo, la reflexión sobre el papel que ha jugado el arte en la conformación de una memoria histórica o en la creación de un imaginario colectivo todavía tiene mucho que ofrecer para la comprensión de la manera en que una sociedad se concibe a sí misma, tanto al interior como al exterior.
La imagen como documento histórico por un lado, o el uso de ésta como proyección de una sociedad que la produce y consume, son cuestiones que nos permiten establecer las tramas que subyacen en la historia del arte, haciendo finalmente que estudiemos a la imagen como portadora de un discurso propio que muchas veces fortalece un mensaje escrito, pero que en otras ocasiones no necesita de las palabras para conseguir su fin.
En este caso, la manera en que un Estado decide qué artistas patrocinar, qué imágenes deben circular y a través de qué medios, los públicos a los que están destinadas y, sobre todo, cuáles son las imágenes que deberán ser identificadas como símbolo nacional, como síntesis de un pasado histórico y como elemento de cohesión social.
España y Argentina tienen una memoria compartida porque poseen un mismo sentido de hispanidad construido a partir de la relación entre imperio y colonia, la cual se afianzó con los grandes movimientos migratorios de principios del siglo XX y de los años posteriores a la guerra civil y que, finalmente, se consolidó con los estrechos lazos de colaboración que sostuvieron los regímenes franquista y peronista.
La historia de estos países, de sus pueblos y culturas corrió paralela, Argentina siempre fue la hija dilecta de una España que buscó reivindicarse, asumiendo una postura de madre patria evangelizadora y civilizadora más que de imperio conquistador. La fuerte presencia de inmigrantes españoles y la ya de por sí acentuada postura hispanófila de los argentinos hizo natural este acercamiento.
Haciendo un paralelo entre nuestra propia historia de relaciones biculturales con Estados Unidos, las cuales siempre estuvieron marcadas por la necesidad de validación política por parte de nuestro vecino del Norte, es posible comprender de manera más directa cuál es la naturaleza de este intercambio y la manera en que el Estado, cualquiera que sea su origen ideológico, hace de las imágenes un medio y del arte en sí, una herramienta más en la construcción y afianzamiento de su estructura política.
De la misma manera se trazaron las políticas culturales de los diversos gobiernos argentinos con relación a su contraparte española, buscando una aprobación de la antigua metrópoli y la inclusión de Argentina al concierto de las naciones modernas, mirando más hacia Europa que hacia el propio entorno latinoamericano.
Cada uno de los ensayos reunidos en Memoria compartida da cuenta de este fenómeno a través del cual el arte, auspiciado desde las cúpulas del poder, permitió la elaboración y difusión de un determinado ideario que consolidó estereotipos, valores, normas de comportamiento, etc., avaladas por el Estado.
En este sentido, ninguna imagen fue inocente, ninguna acción emprendida desde el terreno de las elites culturales fue concebida sin una intencionalidad que se encaminara a la concreción de objetivos específicos. A principios del siglo XX Argentina deseaba ser considerada una "nación en proceso de afianzamiento", de ahí que los esfuerzos en el terreno artístico y cultural se encaminaran también a rescatar un pasado glorioso, hispano y católico, que permitiera consolidar el presente de un país moderno y pujante fundamentado en estos mismos valores.
A través de las investigaciones que nos ofrece Memoria compartida, exploramos diversas propuestas de análisis que demuestran las bases sobre las que se construyó la relación cultural entre España y Argentina. Desde la creación de una serie de monumentos encargados a artistas españoles que hacían una selección de la historia argentina a conmemorar; el intercambio de envíos de obras de arte entre ambos países, la disputa visual que se estableció en suelo argentino, entre quienes apoyaban a la República y los partidarios del franquismo; hasta llegar a la coincidencia de imaginarios y objetivos entre la España de Franco y la Argentina de Perón.
Lo cierto es que cada uno de estos capítulos deja en claro el potencial de las imágenes, con toda su carga retórica, en la construcción de una historia oficial que buscó dejar en el olvido la mirada de "los otros". Como cualquier disputa ideológica, la preeminencia de algunas construcciones visuales, la perdurabilidad de ciertas fórmulas de representación y su elevación al nivel de símbolo de identidad nacional, implicó la exclusión o "derrota" de toda una serie de imágenes que discrepaban, tanto en los medios como en los fines, de aquéllas patrocinadas por el Estado.
Sin embargo, la sociedad argentina vivió, al igual que la mexicana, la inclusión de las imágenes del exilio dentro de su propio repertorio visual. La lucha ideológica contra el Estado franquista desde tierras americanas alimentó de manera importante la contienda que los artistas e intelectuales locales llevaban a cabo contra la estructura estatal, haciendo que prevaleciera una postura disidente a pesar de la fuerte maquinaria propagandística gubernamental.
En 1910 Argentina y México festejaron el centenario de su independencia, reivindicando su relación con España y estableciendo un vínculo fraternal con la metrópoli que les había brindado su raíz hispana y su fe católica. En el caso específico de Argentina, los lazos se fortalecieron de tal manera que su historia corrió paralela a la de España, hasta compartir una memoria histórica en la cual cada nación intentó trazar los momentos que marcaron su identidad nacional.
Después del fin de la era franquista en España y de la dictadura en Argentina, quedó latente una fuerte deuda histórica que debía llevar a ambas sociedades a la reflexión, Memoria compartida es producto de este ejercicio y de la necesidad por replantear las bases sobre las que cada nación desea reconstruir su identidad.
La pregunta que queda latente después de leer este libro es si ambos países decidirán sacar a flote toda esa otra historia que se ha mantenido en la sombra, si será posible integrar a la memoria colectiva toda una serie de imágenes que, censuradas, negadas o borradas, forman parte también del ser de cada una de estas sociedades.
En la víspera de su bicentenario ¿cuál es la imagen que desea proyectar Argentina tanto al interior como al exterior?, ¿cuáles son los capítulos de su historia que decidirá rescatar y cuáles los nuevos imaginarios que deberá crear para la integración de una sociedad pluricultu-ral, que debe resarcir las heridas de su pasado?
Los historiadores del arte argentinos han asumido la importancia de las imágenes como medio de análisis y comprensión de las estructuras sociales. De la misma manera, han trascendido el mero estudio del fenómeno estético para enfrentar al arte como producto de una sociedad y de un momento histórico. La fuerza de las imágenes y de sus mensajes no puede ser soslayada en una comunidad global, que está plenamente habituada a recibir contenidos visuales tanto como los escritos. De ahí que el binomio arte y política, que durante mucho tiempo fue eludido por cuestiones meramente formales, pueda brindarnos ahora la posibilidad de hacer de la imagen un instrumento de estudio que revele su trascendencia en la conformación de una memoria colectiva.