http://dx.doi.org/10.22201/iie.18703062e.2009.95.2299

Libros

 

Modernidad arquitectónica en Sinaloa de Alejandro Ochoa Vega

 

Jorge Alberto Manrique

 

México, Difocur, Sinaloa/Ayuntamiento de Culiacán/ UAS-Facultad de Arquitectura y UAM-X, 2004 

 

Sobre la arquitectura moderna en la ciudad de México hay una bibliografía muy grande, que crece constantemente desde los años cincuenta del siglo XX. No ocurre lo mismo en el resto del país. En Monterrey, en Guadalajara, en Puebla y en otras ciudades ya han aparecido libros muy valiosos que se ocupan de los centros urbanos, así como de los aspectos generales de la arquitectura moderna. Pero en revistas y publicaciones escasean estudios que registren la actividad edilicia en el mapa completo de México. El libro Modernidad arquitectónica en Sinaloa, de Alejandro Ochoa Vega, viene a cumplir esa tarea, y lo hace con eficacia.

En 1981, Ochoa empezó a trabajar como joven profesor en la Universidad Autónoma de Sinaloa, en Culiacán. Se interesó en la arquitectura de la ciudad, inició sus investigaciones sobre este fenómeno y reunió información adecuada para cumplir su objetivo. Desde 1989 ha sido profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana de Xochimilco. Ha publicado varios libros sobre la región sinaloense, las salas de cine, la arquitectura contemporánea y otros temas. Se doctoró en historia del arte en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y ha obtenido diversos reconocimientos.

En la primera parte del libro, el autor se ocupa de Culiacán. Cita los antecedentes históricos, desde la Colonia hasta 1940. Quedan pocos vestigios de la época novohispana, y lo que queda está alterado. En el siglo XIX se construyeron: el Seminario (1838), la Casa de Moneda (1846) y la fábrica de hilados El Coloso, las tres obras ya desaparecidas. Entre cuartelazos y epidemias, no se hicieron construcciones importantes sino hasta el Porfiriato. En 1883 se construyó el ferrocarril de Altata a Culiacán, cuya instalación provocó un auge en el mercado. En este tiempo, la capital se convirtió en diócesis y fue cuando se iniciaron las obras de la iglesia mayor, que se concluyó en 1887. Luis Molina, que llegó a Culiacán en 1890, fue el arquitecto más importante de su época: levantó obras urbanas, casas, el Teatro Apolo, el Colegio Rosales, el Santuario y el Puente.

La modernidad arquitectónica llegó a Culiacán en 1940, y Ochoa estudia los edificios que se hicieron desde ese tiempo hasta 1970. El ingeniero Constantino Haza, que venía de Mazatlán, creó en 1940 el casino, paradigma del art déco. Un caso especial es el de Juan Segura, arquitecto que influyó en toda una época, entre los años veinte y cuarenta, en la ciudad de México, con el estilo "escuela de artes decorativas". Segura residió en Culiacán unos años y en 1945 construyó la escuela de Navolato, en la que adoptó un partido simétrico que refleja otra obra suya realizada en Orizaba, pero ahora simplificada. El centro del periodo lo protagonizaron tres arquitectos brillantes, los tres relacionados por sus obras y por la amistad que los unía: Francisco Artigas, Germán Benítez y Fernando Best. Ellos practican una arquitectura definitivamente moderna, bajo el influjo de Mario Pani. Cada uno sigue su camino de acuerdo con su personalidad y entonces se ven las maneras de hacer de cada uno: por ejemplo, al aplicar los revestimientos con ladrillo o los huecos redondos (los llamados "de barco") o los recursos para proteger del sol, los parasoles, etc. Construyeron edificios de oficinas, comercios, casas particulares, cines e iglesias. Por su parte, Roberto Saavedra y Jaime Sevilla resultaron muy importantes en la edificación de centros educativos y en proyectar escuelas con un estilo mesurado, donde lo útil se conjuga con lo agradable.

Con el tiempo, estos arquitectos y otros accedieron al funcionalismo del corte de Le Corbusier y de Juan O'Gorman, como el edificio de la Preparatoria Central de la Universidad Víctor Manuel Bazúa, que se terminó de construir en 1958 y donde se usó una estructura de fierro aparente. Jorge Molina Montes proyectó el nuevo Santuario, donde utilizó cascarones de concreto a la manera de Félix Candela, y Augusto H. Álvarez construyó el primer edificio alto de la ciudad: La Nacional. Agustín Hernández ganó un concurso en 1966 con su proyecto de la Universidad de Sinaloa, que se cuenta entre sus obras tempranas, lejos de las referencias prehispánicas posteriores. Aquí adopta un plan racionalista y simple, con volúmenes y espacios equilibrados, pero la obra quedó inconclusa.

El autor ilustra en "Fin de siglo en Culiacán" las continuidades, rupturas y búsquedas de 1970 a 2000, es decir, el variado panorama de la ciudad. Subsisten en ellas las corrientes funcionalistas junto a la ruptura posmoderna, incluido el regionalismo —la actividad arquitectónica sigue dando frutos. El funcionalismo tiene ejemplos notables, como el edificio El Dorado, de Guillermo Ruiz, y el Banco del Atlántico, de Gustavo Villa Velásquez. A esta tendencia de fin del siglo pertenecen el nuevo Palacio de Gobierno, de Eduardo de la Vega Echavarría, la Biblioteca de la Universidad, de Roberto Rosas y José Ángel Rodríguez, y especialmente las obras de Antonio Toca, que se distinguen por un cuidadoso diseño y una fértil imaginación, en casas particulares, edificios de oficinas y sobre todo en el Centro de Ciencias y el Congreso del Estado. En los últimos años, el posmodernismo ha cambiado la ciudad con ideas nuevas, lo que se puede ejemplificar con los edificios de comercio y hoteles de Rogelio Quintanilla y Eugenio Barraza, mientras que la expresión regionalista se ilustra con Carlos Ruiz Acosta.

En la segunda parte del libro, Ochoa se refiere a Mazatlán, y en la tercera, a los Mochis. En Mazatlán, Joaquín y Gabriel Sánchez Hidalgo edificaron varias quintas y el Palacio Municipal; entre los años veinte y cuarenta, este último se adhirió a la modernidad en el Cine Zaragoza. Por otra parte, dos hermanos, Guillermo y José Freeman, construyeron varios edificios de estilo art déco, y después se convirtieron a la modernidad funcionalista. Jorge Tarriba, el arquitecto más importante de esta tendencia, levantó el hotel de Cima, en la playa, con un diseño sobrio aunque elegante a la vez, además de otros hoteles, edificios y bancos. Sergio Pruneda construyó el Club Balboa y muchas otras obras en la ciudad. Ochoa Vega agrupa en su libro a varios arquitectos a los que llama los "últimos funcionalistas": Quirino Ordaz, Raúl Cárdenas e Imanol Ordorika, quien hizo el hotel El Cid.

Los Mochis es una ciudad reciente. Entre sus edificios destacan el Palacio Municipal, que construyó Germán Benítez, así como el hotel Beltrán. Ambas son obras de corte funcionalista, estilo que predominó en las edificaciones urbanas locales con la llegada de la segunda generación de arquitectos, la mayoría egresados de la UNAM, como Elías Ramírez Badillo, Jorge Pérez, Carlos Grandio y José Cándano Montemayor, entre otros.

El libro de Alejandro Ochoa es un recuento de la historia de la arquitectura moderna en Culiacán, Mazatlán y Los Mochis; su utilidad salta a la vista. La investigación de ese autor es acuciosa, la información revela muchos datos desconocidos y se obtuvo de fuentes como archivos, entrevistas y periódicos. En mi opinión, va más allá de la simple historia de la arquitectura. Se trata de una reflexión teórica sobre el fenómeno edilicio. Esto se aprecia especialmente en los capítulos III y IV, donde se ocupa del análisis tipológico y arquitectónico, razonamiento que aparece también en los comentarios distribuidos a lo largo de todo el texto. Se trata de una investigación crítica sobre las obras arquitectónicas y sus proyectos, que se nutren de la teoría.