http://dx.doi.org/10.22201/iie.18703062e.2010.96.2309

Libros

 

Ignacio Berbén, un pintor del Reino de la Nueva Galicia. Siglo XVIII, Maricela Valverde Ramírez

 

Rogelio Ruiz Gomar

 

Zapopan, Jalisco, Amateditorial, 2009

 

Siempre será una grata tarea dar a conocer a los interesados en nuestro arte virreinal la publicación de un nuevo libro, y más cuando, como en esta ocasión, se trata del fruto de una aventura intelectual nacida como un proyecto de superación académica en la Universidad Autónoma de Zacatecas, y todavía mejor cuando viene a sacar de las sombras a un artista olvidado y a expandir el horizonte geográfico habitual, pues no se ocupa de un artífice que haya estado activo en la ciudad de México, como ha ocurrido las más de las veces.

Decir algo de los antecedentes de la autora del estudio ayudará a aquilatar mejor el esfuerzo invertido en la publicación de este libro. Maricela Valverde fue la primera mujer en el referido estado de Zacatecas que, venciendo la incomprensión generalizada, se atrevió a incursionar en el campo —hasta entonces exclusivamente masculino— de la ingeniería en minas. A esta pasión se vino a sumar, poco después y de manera inesperada, otra, relacionada con un mundo diferente pero igualmente seductor: el de la historia del arte. Tampoco le fue fácil dar cauce a la decidida atracción que le producían las expresiones de arte producidas durante el periodo virreinal, principalmente pinturas, que a cada paso descubría en su ciudad. Sólo después de vencer nuevas resistencias, pudo estudiar la rica colección de lienzos —la mayoría de ellos del periodo colonial— que había logrado reunir el presbítero José Campos Mota en el santuario de la Virgen de Guadalupe, y alcanzar su grado de Maestría en Filosofía e Historia de las Ideas, en su querida universidad de Zacatecas. Una vez que comenzó a degustar las deliciosas aunque no siempre bien apreciadas viandas del arte virreinal que la generosa capital de su estado le ofrecía, ya no pudo parar. Fue así como, a la hora de formular el proyecto académico que debía trabajar para alcanzar su grado como doctora en Historia del Arte, decidió conocer más sobre Ignacio Berben, un pintor al parecer local, que le inquietaba.

Todo empezó cuando Maricela Valverde, tras el encuentro fortuito de la firma de Berben, tuvo la perspicacia y el buen ojo para reconocer su pincel en las dos series de pinturas —con pasajes de la vida de san Francisco de Asís y de la Pasión de Cristo— que decoran, desde mediados del siglo XVIII, los claustros del Colegio de Propaganda fide en Guadalupe, Zacatecas, poniendo fin a la confusión que reinaba respecto a la autoría de dichas series. Una vez familiarizada con el lenguaje pictórico que empleaba Berben, no le fue difícil advertir como suyos también los cuadros que ornan los muros del coro del mismo inmueble. Con el fin de conocer mejor a dicho pintor, quiso probar fortuna en los archivos en busca de más información y tuvo la fortuna de desenterrar algunas noticias suyas de los viejos legajos. Del mismo modo, y con objeto de reunir el resto de su producción, tuvo que encaminar sus pasos a San Juan de los Lagos y a otras iglesias del actual estado de Jalisco, donde había más cuadros del autor, e, incluso, al Museo Nacional del Virreinato, en Tepotzotlán (Estado de México), donde se guarda un retrato ejecutado por él. El esfuerzo realizado por Valverde para recopilar materiales, estudiar cada obra, cotejar rasgos y ahondar en aspectos que resultaban interesantes ha cristalizado, precisamente, en el libro que nos ocupa.

La autora ha organizado su estudio en cuatro capítulos. Consagra el primero a ubicar al pintor en su ámbito de trabajo ("Ignacio Berben y la pintura en la Nueva Galicia"). El segundo ("Las obras") lo dedica a estudiar cada uno de los cuadros de las dos series mencionadas y a pasar revista del resto de su producción; en este capítulo abre un apartado para comparar las dos series de Guadalupe, Zacatecas, con las que de temática similar y hechas por otros artistas novohispanos hay en diversos sitios. Como no podía evitar hablar de las características de su pintura, dedica el capítulo III ("Forma, técnica y estilo") a analizar el lenguaje plástico de Berben. Aquí se detiene a estudiar el tipo de dibujo y color que empleaba; a examinar la construcción de los espacios y la disposición de los personajes en las obras; a analizar el manejo de las expresiones en rostros, pies y manos; a indagar sobre las soluciones empleadas para sugerir el drapeado de los paños o los juegos de luces y sombras y, finalmente, a hablar sobre la inclusión de paisajes y animales en los fondos, y, en varios casos, de ángeles y demonios. No podemos dejar de recordar que para representar a estos últimos, como bien observa la autora, Berben recurrió tanto a modelos fantásticos procedentes de fuentes grabadas como a otros de su propia imaginación. Ahora bien, pese a que reconocemos el esfuerzo realizado por la autora, es mucho lo que todavía debe trabajar en este capítulo, pues no sólo habría de ampliar, matizar o precisar algunas de sus observaciones, sino también intentar una lectura más cuidadosa de varios de esos importantes rubros.

En el cuarto capítulo, sin duda uno de los mejor armados y más sugerentes de su trabajo, Valverde nos introduce en un tema hasta hace poco descuidado: el de los clientes ("Ignacio Berben y sus comitentes"). De esta manera se suma a la tendencia que de un tiempo a la fecha ha surgido en este tipo de estudios a prestar atención a las personas e instituciones que buscaban darse a conocer y consolidar su prestigio y poder mediante el patrocinio de obras de arte. Atinadamente, la autora señala que los personajes que costearon las obras realizadas por Berben conforman un grupo bastante más heterogéneo de lo que se pensaba, pues encuentran cabida en él hombres y mujeres, civiles y eclesiásticos, funcionarios, mineros y ricos comerciantes. Muy revelador resultó su hallazgo de que dichos donantes pertenecían principalmente a tres núcleos geográficos con características socioeconómicas propias: el de la misma ciudad de Zacatecas, el de San Miguel el Grande (hoy de Allende) y el de Durango. Evidentemente, las noticias que proporciona de cada uno de los personajes o de los grupos a los que pertenecían y de las actividades a que se dedicaban, así como de las ligas o relaciones que se fueron tejiendo entre ellos, significan un positivo avance; pero es tal la riqueza y complejidad que reviste este entramado de intereses económicos, sociales y religiosos, que sería recomendable seguir explorando y avanzando por las líneas de investigación que Valverde deja trazadas.

El estudio se completa con unas conclusiones, cuatro anexos y las obligadas referencias tanto documentales como bibliográficas que sirvieron de base a la autora a lo largo de todo el trabajo, apartados que en buena medida delatan su condición original de trabajo doctoral, pero que igualmente se agradecen, porque resultan útiles y valiosos.

Debemos felicitarnos, pues, por contar con el estudio monográfico de uno más de los muchos artífices que destacaron en el mundo de las artes de la Nueva España, en el que falta tanto por hacer. Como a muchos este logro podrá parecerles de poca monta, quisiera recordar que es todavía muy reducido el número de los pintores que florecieron en el periodo virreinal ya estudiado. Con el presente trabajo, el nombre de Ignacio Berben se suma a los de Baltasar de Echave Orio y Echave Ibía, los Lagarto, Luis y José Juárez, Sebastián López de Arteaga, Juan Tinoco, Diego de Borgraf, Juan Correa, Cristóbal de Villalpando, José de Ibarra, Miguel Cabrera, Gabriel de Ovalle y Andrés López, por recordar a los más importantes y respecto a los cuales, insisto, ya hay algún tipo de estudio. Pero se aquilata mejor lo que este trabajo significa si planteamos la situación a la inversa: gracias, precisamente, a él, Berben se ha adelantado a muchos otros artífices que aún permanecen en espera de una buena investigación, entre los que figuran algunos tan destacados como Simón Pereyns, Andrés de Concha, Juan Sánchez Salmerón, Nicolás y Juan Rodríguez Juárez, Juan y Miguel González, los Arellano, Antonio de Torres, Francisco Martínez, Nicolás y Antonio Enríquez, José de Páez, Juan Patricio Morlete Ruiz, Francisco Antonio Vallejo y José de Alcíbar. Pero aunado a esto hay otro aspecto sobre el que me parece necesario llamar la atención: salvo tres —Juan Tinoco y Diego de Borgraf, que trabajaron en la ciudad de Puebla, y Gabriel de Ovalle, que lo hizo en la misma Zacatecas—, el resto de los pintores que ya cuentan con algún tipo de estudio desarrollaron su actividad principalmente en la capital del virreinato. Esto corrobora que el centralismo prevaleciente en la historia de nuestro país se extiende también sobre los estudios de su patrimonio artístico y cultural, terrible desigualdad señalada por don Manuel Toussaint, el gran estudioso de nuestra pintura colonial, desde hace casi 80 años que —es triste reconocerlo— no hemos podido contrarrestar. Por eso no exagero al considerar que la principal virtud y contribución del libro sobre Berben es la de abrir las ventanas para ventilar el enrarecido aire —por poco trabajado— correspondiente a la producción pictórica realizada en los diferentes rumbos y rincones de nuestro país. El libro aquí reseñado se inserta, pues, en ese esfuerzo que entre todos debemos llevar a cabo para comenzar a paliar la enorme carencia de estudios sobre los muchos e importantes artífices que trabajaron a todo lo largo y ancho del amplio territorio de la Nueva España, y así intentar revertir ese centralismo tan absurdo como injusto y que a todos debe incomodar.

En suma, si ya es motivo de satisfacción el contar con un nuevo estudio que arroja justa luz sobre un artista del que casi nada se sabía, el beneplácito es mayor cuando nos percatamos de que ese oscuro artífice se revela ahora como un agente de gran importancia en el desarrollo del quehacer pictórico en la Nueva Galicia. Se trata, pues, de una muy encomiable contribución que rescata e ilumina la trayectoria de Ignacio Berben —quien, sin ser un total desconocido, había permanecido prácticamente en la penumbra por poco más de 200 años—, y enriquece también el panorama de las artes practicadas en la Nueva España del siglo XVIII y, más en particular, de las que se produjeron tanto en Zacatecas como en la Nueva Galicia de entonces.

Consciente de que las altas miras del estudio aquí comentado rebasan el mero interés local o regional, doña Amalia García, gobernadora del estado de Zacatecas, escribió en la presentación del libro que ahora disfrutamos que, si bien podemos entenderlo como una amable invitación "para admirar la producción artística de un incomprendido creador", es, asimismo, "una valiosa contribución a la historia del arte de nuestro país, específicamente a una parte significativa de la pintura del siglo XVIII".

Sin faltar, pues, a la verdad, se podría decir que este nuevo libro nos entrega el estudio de un modesto pintor provinciano que trabajó hacia la segunda mitad del siglo XVIII en la región de la Nueva Galicia; pero, tal como hemos visto, es más que simplemente eso.