En cédula real del 15 de julio de 1683, Carlos II1 manda "que se haga y celebre oficio público fúnebre con la solemnidad de Missa cantada,
Sermón, Musica y Missas rezadas por los soldados difuntos" (Fig. 1).2
1.
Juan Carreño de Miranda, Carlos II con armadura, 1681, óleo sobrelienzo.

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Apenas fue un día antes de que comenzara el cerco de Viena (del 16 de julio al 12
de septiembre de 1683) por los turcos, y las batallas contra éstos se prolongaron
en el este de Europa, con victorias sobre los mismos, como la de Viena o la posterior
de Buda (1686), protagonizadas por los Habsburgo y bendecidas por el papado, como
guerra contra el infiel; en ellas participan soldados españoles, como los que murieron
en el sitio de Buda en julio de 1686.3 Estas batallas y victorias frente a los turcos, al frenar su expansión occidental,
fueron muy celebradas por toda Europa, también en España. No fueron las únicas contiendas:
como se sabe, la guerra de los nueve años, en la que España, coaligada con países
europeos,4 luchó contra Francia entre 1688 y 1697, en territorios españoles (Cataluña y Levante
en general), norte-europeos y americanos, estaba a punto de empezar. La mencionada
cédula de 1683 recoge "lo que está establecido y se observa cada año en esta Corte"5 y dispone que se actúe igual en territorios americanos; surge en un ambiente de continuas
guerras y tiene un carácter general: tales honras deben repetirse anualmente, el día
de las Ánimas -o en uno de su octava.
Con ese carácter es interpretada, aunque mucho más tarde, el 19 de diciembre de 1693,
por el conde de Galve (Fig. 2),6 en México, donde era el trigésimo virrey de la Nueva España, desde el 20 de noviembre
de 1688. Las honras por los soldados no se celebran allí hasta el 15 de febrero de
1694,7 en la iglesia Profesa de la Compañía de Jesús, en la capital.8 Y si las batallas europeas quedan lejanas, no lo son las mantenidas con comunidades
autóctonas o las repercusiones de las anteriores en las colonias, como el combate
que en estos momentos mantiene España en el Caribe,9 con apoyo inglés y contra los franceses. Pero todos los enfrentamientos se presentarán
con el mismo sentido: la lucha del soldado español -o de la Corona de la Casa de Austria-
será siempre a favor de la propagación y defensa de la fe, contra los infieles. Evidentemente
esto, en el México de 1694, es un mensaje legitimador, desde lo sagrado, de la lucha
mantenida por los soldados, a la orden de los estamentos poderosos de esa sociedad,
de joven estructuración, que se conforma a imitación de la metropolitana. Ese mensaje
se concreta en la iconografía del túmulo, elaborado para tales honras.10 Desde su arquitectura, dicho mensaje se enriquecerá con distintos matices y se dirigirá
a grupos sociales específicos: a esos soldados, a las oligarquías colonial y metropolitana,
y en especial, a la propia Corona. Para el resto de la población, la magnificencia
del túmulo traducirá el mensaje del poder.
2.
Anónimo, El Excmo. Sr. D. Gaspar de la Cerda Sandoval Silva y Mendoza, conde de Galve, 30 virrey
de la Nueva España y presidente de a Rl. Ada, 1690, óleo sobre tela. Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec, Ciudad
de México. Secretaría de Cultural-INAH-Méx. "Reproducción autorizada por el Instituto
Nacional de Antropología e Historia".

Para comprender tales mensajes y matices, debemos conocer la situación del conde de
Galve en esos momentos: si cuando él llega de España, la cédula real ya tiene años,
habrá una razón para el cumplimiento, ahora, de la misma. Efectivamente, es entonces
cuando Galve tiene un poder tan resquebrajado que ni el mismo rey lo apoya en muchas
de sus gestiones y, ante la incomodidad de su mandato, solicita desde enero de 1693
su cese,11 algo que no consigue hasta febrero de 1696, y entonces vuelve a España. A tal situación
le habían llevado distintas actuaciones de su gobierno, algunas forzadas por las presiones
recibidas desde la corte metropolitana -en pleno desgaste material y humano, provocado
por guerras- para que aumentara el envío de ricos metales y dinero; y otras, por intereses
egoístas y avariciosos del propio virrey y su corte colonial. En este sentido, Galve
multiplica los impuestos y encarga de su recogida a los "provinciales", personajes
sin escrúpulos, extorsionadores que abusan de la población. Ni los impuestos de Galve
ni su forma de recaudación fueron aprobados por el rey, quien ordenó la supresión
de los "provinciales", algo que Galve no hizo.12
Desde su llegada, había hecho contrabando -cosa habitual entre las autoridades virreinales
de la época- y negocios lucrativos de escasa legalidad, entrando en "buenos tratos
con [...] poderosos intereses novohispanos [...] negociantes que habían construido
fortunas, prestigio y redes de influencia [...] como mercaderes de plata y que [...]
monopolizaban la dirección del Tribunal del Consulado de Comerciantes de la Ciudad
de México". A muchos de ellos, "inmigrantes de origen oscuro", Galve habría llegado
a concederles títulos nobiliarios, con el descontento de la oligarquía criolla;13 y a otros los elige con cargos en su gobierno -lo que también era ilegal, por ser
desde 1683 atribución exclusiva de la Corona. Su poder lo extiende, interesadamente,
a la administración de justicia, indultando a condenados o favoreciendo las "sentencias
y ejecuciones sumarias sin posibilidad de apelación [... que] recayeron sobre los
individuos pertenecientes a los grupos sociales inferiores, indios, negros, mulatos,
mestizos, castas y españoles pobres".14 De esta forma, Galve provoca un continuo enfrentamiento con la Audiencia, que se
queja ante el Consejo de Indias, en Madrid, de su actuación. Pero de todo sale indemne
por el respaldo de su hermano, el duque del Infantado, en la corte madrileña, por
la compra de los jueces locales o, incluso, por "la participación de los funcionarios
en los beneficios del contrabando".15
Junto a él están los intereses de grandes hacendados que negocian en su beneficio
con el comercio del maíz, capaces de provocar falsa escasez, con el derivado aumento
de precio, lo cual se relaciona con una serie de motines protagonizados por los indígenas.
De ellos, el más grave y el iniciador fue el de 1692, en la ciudad de México. Aquí
la escasez utilizada por esos negociantes fue real, producida por adversas condiciones
climatológicas -incesantes lluvias que destrozan la cosecha, provocan plagas e inundaciones,
peligrando la propia ciudad-, las cuales llevaron a una gran hambruna desde 1691,
acentuada en 1692. Con ella se extendió la opinión de que, con el comercio del grano
para llevarlo a la capital (desabasteciendo el campo), el propio virrey se lucraba,
mientras la mayoría desfallecía.16 Añadamos como provocadora la celebración del día del Corpus Christi, el 5 de junio
de ese año, 1692, con banquetes a cortesanos, desfiles, juegos de cañas, corridas
de toros y otros actos, además de los religiosos, frente a la extrema necesidad sufrida
por la mayoría. Así el día 8, al terminarse el grano en el comercio y quedar la mayoría
desproveída, se organizó un tumulto con saqueo de puestos e incendio de la alhóndiga,
cabildo y Palacio Virreinal. Hicieron frente a los amotinados, no Galve, sino personajes
de la oligarquía civil y religiosa.17 Mientras, el virrey, al que la muchedumbre acusaba de su hambre, estaba escondido
en el convento de San Francisco:18 "graves sucesos que a punto estuvieron de costarle el gobierno a Galve",19 ya que hundieron su prestigio en la corte colonial y en la metropolitana.
A pesar de la violenta represión -crueles penas de muerte impuestas a los cabecillas
de los levantamientos, prohibición de reunión de más de cuatro personas, de vestir
ropa fuera de la asignada a los indios para su fácil identificación, reclusión de
los mismos en barrios determinados, etc.-,20 a este motín le siguieron otros de origen semejante: el 10 de junio en Guadalajara,
el 14 en Tlaxcala, y algo después en Celaya y Querétaro, donde se unió otra causa:
la orden del virrey que obligaba a los indios de esos lugares a trabajar en las minas.
Todos se saldan con abundantes muertos de la población autóctona.
El descontento, desde el inicio de su mandato, había ido creciendo. Se evidencia
en cartas enviadas a Carlos II desde 1689 -firmadas por un grupo que, con lógico temor,
intenta el anonimato y se autodenomina Los Buenos Vasallos Mexicanos-, que denuncian
el "despotismo y la corrupción". De ellas, las escritas "el 6 y el 31 de julio de
1692 [... fueron] violentas cartas que responsabilizaban al conde de Galve del tumulto
[... y calificaban] de tiranía a todas las medidas que el gobernante había puesto
en práctica para reestablecer el orden público".21
Galve, consciente del progresivo deterioro de su autoridad en ambas orillas del Atlántico,
desarrolla una política de autoprestigio que pretendía afianzar su gobierno en la
colonia y mantener su reputación en la metrópoli -en cuyo ámbito se conocerán las
noticias que lleguen fundamentalmente escritas.22 Por eso, junto a un pintor como Cristóbal de Villalpando23 (cuya representación de la Plaza Mayor de México pretende ser una demostración del
orden, obediencia al rey y buen gobierno propiciado por Galve),24 el virrey cuenta con las plumas áulicas de sor Juana Inés de la Cruz y de Carlos
de Sigüenza y Góngora.25 Dado que el capítulo más brillante de su gobierno es el bélico -por las luchas con
indios o franceses, sucedidas desde su llegada-, las victorias españolas servirán
para propiciar la alabanza al virrey. En tal sentido, sor Juana Inés (1651-1695) escribe
Epinicio gratulatorio al conde de Galve, y Sigüenza (1645-1700), para celebrar "el triunfo de la Armada de Barlovento" -victoria
naval contra los franceses en Santo Domingo, decisiva para la Corona-, elabora "un
volumen con poemas laudatorios, titulado Trofeo de la justicia española en castigo de la alevosía francesa (1691), en el cual incluye el Epinicio... de Sor Juana".26 Nos detenemos en los escritos de Sigüenza,27 astrólogo, cosmógrafo, matemático, literato e historiador; cuando describe el motín
mencionado, en 1692,28 no sólo libera a Galve de responsabilidad -"¡Oh, que aflicción sería la de este príncipe...!
la ingratitud de la plebe para cuyo sustento se afanó tanto"-,29 sino que lo alaba por:
su gestión gubernamental [...], su comportamiento heroico en medio de un sinfín de
adversidades relacionadas con la desmesura de la naturaleza y la perfidia de los hombres,
que parecen ponerlo a prueba y que lo dibujan como el ideal de príncipe cristiano
[...] [y como] hombre providencial, puesto [...] por Dios para [...] demostrar su
enorme valía [...] No obstante, las continuas inundaciones, el daño provocado por
el granizo, el derrumbe de muchas casas de adobe de los sectores más pobres, las plagas
que arrasan los campos de cereales y un inoportuno eclipse que siembra el pánico [...]
son interpretados por Sigüenza y Góngora como un castigo divino contra la sociedad
mexicana, especialmente la compuesta por los indios que habían abusado del pecado
y la vida licenciosa.30
Así, Dios mismo premia y castiga en estos lances, encajando en esta filosofía -en
absoluto exclusiva de Sigüenza- las victorias de Galve frente a franceses (considerados
usurpadores de unos territorios que Dios sólo habría confiado a los españoles como
capaces de propagar la fe, según señala en su Trofeo de la justicia española) 31 o frente a indios (con razonamientos de la misma índole). Estos enfrentamientos se
mantienen a finales de 1693, siendo entonces cuando se plantea la elaboración del
túmulo que nos ocupa, que se levantará en febrero de 1694.
Efectivamente, los túmulos -o la arquitectura efímera en general-, con su aspecto
asombroso y las decoraciones de que se revisten, de contenidos muy concretos que responden
a un interés cercano, desplegados en sus nada inocentes iconografías, en la metrópoli
y en la colonia, desempeñan, desde hace tiempo, un útil papel divulgador y mnemotécnico,
de carácter áulico hacia el poder. Los reyes, lejanos en general y lejanísimos en
el Nuevo Mundo, se harán presentes con la multiplicación de su retrato -o alusiones
simbólicas vinculadas a su persona-, en esas estructuras efímeras conmemorativas;32 a su vez, los virreyes se verán honrados y reconocidos en el mismo ámbito de poder.
Indudablemente, el túmulo que nos ocupa es otro instrumento de ese programa áulico,
desplegado por el propio virrey Galve para la defensa de su gestión, en ambas cortes,
pero especialmente en la metropolitana, ya que es hacia ella a donde dirige sus miras
en esos momentos, para intentar rehacer su imagen. El túmulo, con su decoración, con
el ritual que lo envuelve, con el sermón, y sobre todo, el texto que inmortaliza todo
el conjunto -ya que incluye la descripción del túmulo y de dicho ritual- y lo hace
conocido en las cortes virreinal y madrileña, resultarán de gran utilidad.
Ya que las victorias militares -concretamente, contra los franceses, como la de Guarico,
Santo Domingo, en 1691, o las de la ampliación de la frontera norte, los sometimientos
indios en Nueva Vizcaya, o el fortalecimiento de las defensas frente a los corsarios
en Yucatán-33 eran un punto fuerte en Galve, el túmulo buscaría ahí el fortalecimiento del prestigio
del virrey de cara a las dos cortes; a la vez, recabaría el apoyo de los que entonces,
quizá más que nunca, necesitaba dentro y en los límites de las fronteras, los soldados.
Sin embargo, se les pagaba mal y estaban descontentos, habiéndose producido motines
también entre ellos, como "el de las islas Marianas, el 21 de marzo de 1689, o el
de Puerto Rico, en 1691".34 Añadamos que, para las medidas represivas ejercidas a partir del motín -para las
que fue necesario contar con "una fuerza armada permanente"-,35 Galve intenta especialmente y según sus palabras -de un escrito del 30 de junio
de 1692- "que las comisiones de milicias se estimaran 'como honoríficas' para los
oficiales y soldados en que recaía la obligación".36 Hacia ellos, hacia esos soldados, buscará una forma solemne de dirigirse, honrándolos;
y tratará, al tiempo, de afianzar su apoyo, animándolos y garantizándoles que su misión
está bendecida desde lo divino, por lo cual alcanzarán su recompensa en la fama y
en el más allá. Y algo fundamental en la fe de la época: por si su alma necesitara
socorro de oraciones para el paso a la bienaventuranza -ya que la vida del soldado
es proclive a diversiones licenciosas-, su rey amoroso y su virrey les prometen la
ayuda de esas oraciones en tales honras:37 señalemos que esto es algo que la mínima economía del soldado nunca podría pagar.38 A los soldados presentes en el acto se les garantiza así un premio con la fama terrenal
y en lo trascendente, siempre que, como los fallecidos, cumplan con las virtudes alabadas
en éstos, exigidas desde aquí para los vivos. Es ésta una particular reflexión sobre
la muerte, a la que todo túmulo incita: reflexión sobre la conducta que no alude al
propósito del ejercicio de virtudes cardinales o teologales -lo que es habitual en
una vanitas contemporánea-, sino castrenses. Y ése es un mensaje fundamental en este túmulo,
cuyo impacto se acentuó por ser el primero realizado aquí, en la Nueva España, para
soldados, iniciándose así esta modalidad funeral.39
El virrey Galve ya conocía este uso en la metrópoli y no duda de su oportunidad: es
ahora, en un momento crítico, cuando le interesa hacer esas exequias, aprovechando
la carga áulica que le puedan proporcionar. En ellas se muestra magnánimo y agradecido
hacia sus soldados, como el propio rey; tan poderoso como éste, e incluso: "Mano del
Monarcha Grande de las Españas".40 El virrey era como el "Sol que siempre sale de nuevo porque sale todos los días a
beneficiar [...]",41 según el padre Méndez, autor del programa iconográfico del túmulo, que lo elogia
y llega a equipararlo así al propio rey, con este símbolo solar, característico de
la Corona.42 Sin embargo, la iconografía detallada del túmulo apenas se detiene en la figura del
virrey -a diferencia de lo que ocurre en la dedicatoria-, bastando para sus objetivos
la propia imagen de éste en una ocasión, junto al rey. Para la transmisión del mensaje
pretendido, la propia fuerza visual del suntuoso y refulgente monumento junto a su
ritual es suficiente para una mayoría analfabeta que lo contempla. Para los que sabían
leer, selecto grupo social vinculado con el poder e invitado al acto, muchos de ellos
miembros de esa oligarquía criolla descontenta,43 más valía la continua referencia al rey, evidencia del apoyo de éste al virrey; y
efectivamente había una especial atención hacia el convencimiento de ese grupo social
ya que, como afirma Víctor Mínguez, "la Corona española debía estar más preocupada
por la lealtad de la elite dirigente en cada virreinato que por el sometimiento de
la masa indígena a la que controló a través de otros mecanismos como la evangelización".44 Y así también se afirma y acerca a los territorios novohispanos el poder real, cuya
bondad se muestra preocupada de la beatitud de todos sus súbditos, como padre protector,
extensión terrestre de la mano de Dios, por quien él y sus soldados luchan.45 Tal imagen real -dada por su virrey en los lejanos territorios que le habrían sido
encomendados- se supone que agradaría al propio Carlos II, lo que en la metrópoli
hablaría a favor de Galve. Y en la Nueva España, a los que pensaran levantarse contra
su virrey, supieran o no leer, la repercusión de esas honras habla de poder y lo más
conveniente será acatarlo.
Las descripciones de honras fúnebres con túmulos por soldados, son infrecuentes. En
las que nos quedan46 es interesante ver cómo se transmiten los conceptos expresados en torno a la legitimidad
de la lucha y su recompensa, que en la Nueva España adquieren especial relevancia.
Como en la metrópoli, este modo de honras asume el ritual ya exactamente codificado
para las elites gobernantes -miembros de la casa real, virreyes, arzobispos, obispos,
nobleza y grandes señores locales- porque es desde ahí desde donde se erigen -y no
desde los propios compañeros de armas o familiares-, redundando en dichas elites el
beneficio propagandístico de tales honras. Al definir las características de las regias,
José Miguel Morales Folguera dice: "la principal finalidad de las exequias era la
creación de un retrato simbólico del difunto [... para] hacer público su poder y majestad";
con dichas honras se respondía a las exigencias que Maquiavelo hace al príncipe: dar
de sí, "en toda su actuación, fama de hombre grande y excelente. La fama significaba
imagen".47 Así, el boato del túmulo y la iconografía desarrollada en el mismo pregonarían la
imagen deseada del príncipe. Y desde luego, se buscaría que el efecto propagandístico
de tal imagen llegara de esta forma hasta los súbditos del Nuevo Mundo. En este sentido,
es interesante observar cómo, en este túmulo novohispano por soldados, la figura que
se construirá y prevalecerá sobre la anónima y global de los propios soldados fallecidos,
será la paternal, amorosa y casi divina de su rey. Y la del virrey se beneficiará
de la inmensa sombra que de ella se proyecte.
Hemos señalado la perfecta codificación del ritual fúnebre, desde la propia Corona
y a lo largo de los siglos, muestra de la importancia áulica que se le reconoce. A
ello responden las normas, fijadas por distintos monarcas,48 desde los Reyes Católicos (en 1498), Felipe II (en 1558), Felipe IV (en 1657), Carlos
II (en 1674 y 1691) -y luego distintos reyes Borbones-, con las que tratan de marcar
distancia entre lo llevado a cabo para una persona regia y para el resto, a los que
no se les consiente ni túmulo ni cubrimiento de las paredes de la iglesia con paños
de luto, se les limita a 12 hachas y cuatro velas la iluminación del féretro, etc.
Las altas jerarquías civiles y religiosas no se atienen a esta limitación, menos en
las colonias49 -aunque, sobre todo en la metrópoli, son objeto, en ocasiones, de castigo. Por eso,
cuando Felipe IV en 1644 manda que se hagan honras por los soldados fallecidos en
la toma de Lérida frente a los franceses, y se levanta un túmulo en Madrid, se ve
como excepción, según los cronistas, cómo Felipe equipara a los soldados con los reyes.50 Y por eso es relevante que algo parecido se diga en la descripción del túmulo mexicano
que aquí se estudia: la "empresa... 'NON EGET'" señala que el rey Carlos no sólo procura
la paz eterna a sus soldados, sino también, que quiere "coronarlos como a Reyes",51 lo cual redundaría en la excepcionalidad. Con Carlos II y según la referida cédula
del 6 (o 15) de julio de 1683, en la corte se acostumbra a hacer honras por los soldados
difuntos en la fiesta litúrgica de las ánimas; para ella, como féretro, se dispondría
una estructura, a modo de pirámide truncada, cubierta con paño luctuoso -algo, en
todo caso, alejado de la estructura arquitectónica efímera, ornamentada. Sólo ocasionalmente
se levantaron túmulos con decoración jeroglífica para soldados; de hecho, hasta épocas
posteriores, ya con Felipe V, casi no hay ejemplos y siempre están referidos, de forma
genérica, a soldados de batallas concretas.52 De ahí el interés del que describimos: por las fechas en las que se hizo -simplemente:
cuando convino-, por la envergadura que tuvo -en fábrica, decoración jeroglífica,
iluminación, complejidad ritual...- y la categoría que se le dio mediante la descripción,
se nos muestra como un elemento usado por Galve, por su utilidad política. Y esto,
al virrey, le pareció de más peso que el atenerse a lo reglamentado para este tipo
de honras.
Por otra parte, este ritual supone también la transmisión ultramarina de unos contenidos
simbólicos de plasmación artística que van más allá del propio túmulo. Tengamos en
cuenta que, en los textos que componen el folleto (dedicatoria al conde de Galve y
Sermón -ambos de Thomas de Escalante,53 jesuita-; licencias y aprobaciones; descripción del túmulo y de sus jeroglíficos
-estas dos cosas, incluida la autoría de los últimos, de Francisco Méndez, también
de la Compañía de Jesús-,54 se hacen ricas referencias a una cultura simbólica y emblemática, ajena originariamente
al Nuevo Mundo.55 Sin embargo, va a ser muy útil, sobre todo por sus posibilidades mnemotécnicas para
transmitir los nuevos valores políticos y religiosos -señalando de manera explícita
en los mismos, la confluencia de intereses religiosos (concretamente jesuitas) y de
la Corona española,56 lo que se evidenciará en los distintos textos. Por eso, desde fechas tan tempranas
como la segunda mitad del siglo xvi -es decir: cuando también se está implantando
en la metrópoli-,57 está siendo usada, de forma especial, por la Compañía de Jesús,58 sin olvidarnos de otras órdenes:59 "los religiosos, teniendo que predicar a los indios, usan en sus sermones de figuras
admirables [...] para inculcarles con mayor perfección [...] la Divina Doctrina";
además, las imágenes se plasman en lienzos: "así, más fácilmente, se les graba en
la memoria, tanto por las pocas letras que los indios tienen, como porque ellos mismos
encuentran especial atractivo en este género de enseñanza",60 según el franciscano Diego de Valadés, en 1579, citado por Fernando Rodríguez de la Flor.
Volvemos a nuestro texto: se inicia con el sermón -que da título al folleto completo-;
en él, su autor, el jesuita Escalante, comienza con la dedicatoria a Galve, construida
comparando al conde con el elefante -animal que conquista así, sorprendentemente,
una nueva geografía,61 añadiendo, por eso, un carácter asombroso-, dadas las características del mismo,
señaladas por Pierio Valeriano. El padre Escalante dice que, de esta forma, imita
a los egipcios -cuya enseñanza también se hará así ultramarina-, al reflejar las virtudes
de sus héroes en jeroglíficos, sacados de "los mas generosos y nobles de los vivientes":62 ya que Valeriano (Jeroglíficos, libro 2)63 señala que este animal tiene cualidades propias de un príncipe, Escalante describe
las que, como el elefante, tiene el virrey, explicándolas con hechos de Galve que
las manifiestan. Creemos muy significativas las referencias a lo egipcio, ya que en
ellas se sitúan los estudios de otro jesuita casi coetáneo a nuestro túmulo, Athanasius
Kircher -especialmente en su Oedipus Aegyptiacus, Roma, 1654-,64 quien compararía la escritura pictográfica de ambos mundos, egipcio y prehispánico-americano,
en su búsqueda de un idioma originario, adánico y común a la raza humana, basado en
la contemporánea "presunción de la existencia de un código universal y único detrás
de cada manifestación singular".65 La emblemática, que -siempre según los eruditos contemporáneos a Kircher- habría
bebido de la búsqueda de ese lenguaje, entre otros lugares, en los textos bíblicos,
encontraría en esta escritura pictográfica un apoyo legitimador y unas raíces insospechadas.
Sigamos en la alabanza a Galve -recordando el elogio hecho en 1691 por el jesuita
Sigüenza,66 quien sin duda sirvió de modelo a Escalante-; las cualidades de éste y del elefante
son: liberalidad, templanza, justicia, clemencia, rechazo de la vanidad y piedad -el
virrey se afana por "propagar nuestra Religion"67 con la multiplicación de misiones de distintas órdenes religiosas (jesuitas, franciscanos,
dominicos), erección de parroquias e incluso del Colegio Seminario en México. Dios
se lo agradece y lo protege en las revueltas de los indios, quienes intentan "sacudir
el yugo del vasallaje y vivir con la libertad [... del] tiempo de su infame pasada
apostasía";68 de esos levantamientos se señalan los de diciembre de 1693, de los que los militares
españoles obtienen triunfos.69 Además, hay que unir las victorias españolas frente a los franceses. Debe leerse
en todo esto el intento de manifestar la recompensa divina a la correcta actuación
de Galve.
Continúa el elefante: como éste, Galve es prevenido en el abastecimiento de alimentos,
lo que redujo la falta de grano en la ciudad de México, en una época de escasez y
carestía -defendiendo a Galve en su actuación previa al motín. Y lo es paliando los
efectos de las inundaciones en la ciudad de México, en 1692 y 1693, reparando diques,
desecando zonas, abriendo cauces y venciendo la "violencia de quatro ríos caudalocissimos
en el tiempo de las aguas: el de los Remedios, el de Tlalnepantla, el de Cuyoacan,
el de Misquac". Además, se elogian otras intervenciones en obras públicas como la
reparación de cuarteles y fortalezas (Campeche o San Juan de Ulúa -"que es la llave
de las Indias",70 añadiendo la iglesia y ampliando el muelle); o el inicio, en abril de 1693, de la
reconstrucción del Palacio Virreinal, ruinoso (sin mencionar Escalante como causa
de la ruina, al motín que lo incendia).71 Arregla calzadas, acequias, promueve la extracción de azogue y plata; cierra baños
"que llaman en la tierra 'temascales' [que] [...] siendo de casi ningún provecho para
la salud de los cuerpos eran fatalmente dañosos a la salud de las almas [...] theatro
de las mismas indecencias y desahogos que las Termas antiguas de los Romanos" -en
supuesta vigilancia y protección paternal de la moralidad de sus súbditos-; etc. Y
aunque sufre provocaciones injuriosas -y aquí hay que leer las críticas de que Galve
es objeto, rechazadas así ante los lectores-, el virrey mantiene "christiana religiosa
mansedumbre [...] hija de su Real Sangre",72 virtud común con el elefante. Así, la dedicatoria (es decir, un tipo de texto exclusivo
para quien leyere el folleto impreso del conjunto del ritual fúnebre), se constituye
en una defensa a ultranza de la actuación del virrey, dirigido no tanto a la corte
virreinal como a la metropolitana.
Pero en el sermón, el padre Escalante se dirige a los soldados que lo están escuchando,
constituyéndose en algo semejante a una arenga. En él, compara el túmulo de los actuales
soldados con el que habría levantado Simón Macabeo por sus hermanos, muertos en combate
a manos de enemigos, como soldados; así, Simón es prefiguración de Carlos II y, por
él, del virrey. Si en el bíblico, según Escalante, "todas las cosas que componían
la fabrica eran ingeniosos símbolos de las heroicas Virtudes de sus difuntos Soldados"
-y en la mente de Escalante estarían las piedras pulidas del alto mausoleo, las pirámides
y las columnas adornadas con armaduras y naves, como cuenta el texto bíblico-,73 también se habría hecho así en el actual, por los soldados españoles. Igual que los
soldados de Simón Macabeo o los de David "se salvaron todos como Santos y Siervos
del Señor porque murieron peleando por el Templo, por la Religion, por las leyes de
su Patria y quien va con aqueste zelo pelea y muere, camina como Pira hazia el Cielo
bien seguro de salvarse [...] El soldado catholico, que pelea en guerra justa (y cuando
no el Español?)",74 se salvará también. La fortaleza de los soldados españoles les nace de su piedad,
la cual se relaciona con su devoción a la Virgen y con su culto a la eucaristía -lo
que los posiciona frente a protestantes-; así, las armas españolas han vencido innumerables
veces, siendo la más célebre la de las Navas de Tolosa frente a los moros -en interesante
paralelismo histórico, siempre justificado en la religión. Éstos son los argumentos
del sermón: evidentemente, tales razones en este momento y lugar son una defensa del
combate contra las tropas que no se ajustaran a los designios de la única monarquía
católica a la que Dios, haciéndole protagonista del descubrimiento del Nuevo Mundo,
le habría confiado la predicación de su fe allí, y también contra los rebeldes indígenas
(en otro tiempo fueron moros), paganos. Tales argumentos son además una llamada a
los soldados, a los vivos, garantizándoles la bienaventuranza en caso de perecer en
el combate.75 Es más: si la cédula real fue dada el 15 de julio de 1683 y no es hasta el 15 de
febrero de 1694 cuando se hace la celebración, tal retraso habría sido, según Escalante,
por disposición divina "para que le participen los muchos valientes Soldados Españoles
que desde entonzes acá han muerto defendiendo la Iglesia de la invasión de los Turcos
en las Ungrias, que comenzó por el mismo mes de Julio del mismo año de 1683".76
La descripción del túmulo la hace el jesuita Francisco Méndez, autor de la disposición
del mismo y de sus jeroglíficos. Se levantó en la casa profesa de la Compañía, en
México, en su iglesia. El túmulo tiene una estructura sencilla:77 consta de diez cuerpos de sección cuadrada, superpuestos y decrecientes en forma
piramidal, apoyados sobre un primer cuerpo o basamento hexagonal, en cuyos extremos
se colocan seis agujas sobre basas, que sustentan antorchas. También en los extremos
de los sucesivos cuerpos se colocan pedestales con antorchas, dando la imagen de una
"pyramide de fuego".78 Sobre el primer cuerpo se coloca el altar para hacer la ceremonia; a él se accede
por diez gradas. En el centro del segundo cuerpo, mirando hacia la entrada de la iglesia,
como "coraçón y centro de la pyra [...] Simbolo [...] mas principal del asunto", en
una cartela, unos versos latinos dan el significado del conjunto: hablan de cómo el
rey Carlos levanta la pira a sus soldados, a semejanza de lo que hizo el rey Eneas
por los suyos; y de la inmortalidad y la fama merecida por tales soldados, cuyas exequias
son vistas como justas por Eneas, por Carlos -al que se alude también como Sol de
Justicia- y por el virrey Gaspar; la memoria de esos soldados brillará como las estrellas.
En los cuatro primeros versos, Méndez destaca con mayúsculas las letras necesarias
para formar la cifra 1694, con números romanos, señalando el momento de la celebración.
El túmulo está rodeado de "geroglíficos y empresas en los lienços [...] que [le daban],
con los colores [...] hermosura".79
Como veremos, son muchas las ocasiones en que se asemeja a Carlos con el sol. No hace
falta insistir en la identificación metafórica del astro con la realeza española y
las causas de la utilidad de la misma, basadas -siguiendo a Mínguez- en pretendidas
similitudes ("su omnipresencia, la liberalidad de sus rayos, la equidad y justicia
de sus dones, la pureza de su cuerpo") 80 entre el astro y el rey, ambos dirigiendo por igual sus atenciones a la totalidad
del globo terráqueo, territorio en el que los dos reinan -"Juan de Caramuel Lobkowitz
escribió que el sol simboliza tanto a España como 'a su Magestad Catholica que alumbra
distantes Emispherios. Illuminat et fovet, dize su blasón'"-;81 y coinciden también, según observa Mínguez, en la inalcanzable lejanía que les separa
de sus supuestos beneficiados -lo que, en el caso del monarca, se acentúa con los
novohispanos.82 Este autor añade: "En el arte efímero de carácter regio [...] la identificación del
rey con el sol [es] [...] el instrumento más eficaz de mitificación real"; "es el
virreinato de Nueva España el territorio de Hispanoamérica donde podemos encontrar
más representaciones solares de la monarquía hispánica".83 Pero además, Mínguez señala cómo Carlos II "incrementó, si cabe, la identificación
metafórica con el sol",84 tanto en aquellas circunstancias en las que se desarrolla esta iconografía efímera
a lo largo de su vida, como en las realizadas en sus honras fúnebres.
A la derecha de las escaleras de acceso al altar, se coloca un lienzo "en que se retrató
muy al vivo la imagen" de Carlos II (con seguridad: identificable por los contempladores),
dando al virrey (también "con notable propiedad copiado") "la Cedula en que le da
orden para que erija el mausoleo", diciéndole: "PER NOS, POST FUNERA, VIVENT".85 Indudablemente, tal lienzo es el más importante por los personajes, por lo que representan
y por el mote. Éste erige a los dos personajes en la llave que permite la entrada
a la fama -que necesariamente es terrena- y a la bienaventuranza, a los soldados.
Observemos la importancia que tiene la plasmación gráfica de esa "cédula", contenedora
de la "orden", que se traduciría en la representación de un papel caligrafiado: en
los retratos oficiales de los virreyes de la Nueva España, éstos se representan con
un papel en la mano derecha que son "las Instrucciones del monarca",86 es decir, la delegación del gobierno por parte del monarca en el virrey. Indudablemente,
la iconografía de este lienzo usa esa evocación simbólica.
Al otro lado de las escaleras, "Prometheo animando con su antorcha encendida la estatua
de barro, que tenía por mote: 'AD FUNERA VIVIT'." Con el soneto, Méndez, recordando
las vanitas, dice que la vida que confiere Prometeo con el fuego de los dioses a los hombres es
realmente muerte (Prometeo, "aun mas que Author de vida fue homicida/ Quien veneno
en disfraz de vida vierte"); sin embargo, el rey Carlos vence a Prometeo ya que procura
vida después de la muerte. En el simbolismo contemporáneo y en la emblemática (en
autores como Juan de Borja, Sebastián de Covarrubias, Juan de Horozco, Cristóbal Pérez
de Herrera, Diego de Saavedra...),87 la antorcha se puede identificar con el sol -redundando en el simbolismo solar mencionado-,
y habla de la virtud, de la purificación, de la fama, de la vida...; aquí, como numerosas
veces en este túmulo, aludiría a la "vida de la fama" o fama póstuma,88 cuya transmisión posibilita Carlos. Como veremos, el propio túmulo, aludiendo a una
gigantesca pira, insiste en el mismo concepto, es decir: en la vida eterna de los
soldados.
En el lado izquierdo del hexágono, a la izquierda del anterior: "se pintaron dos manos,
armada una, en ademán de quien empuña una espada con este Epígraphe: 'AD PALMAM',
y otra como que embrazaba una palma. Con esta inscripción: 'PALMAM REPERIT, QUI DEPERIT
ENSEM'". Y se señala que, en "el exercicio de la guerra [...] todo se cifra en el
militar ardor, una de las principales virtudes [...] alma que anima las acciones de
un Soldado".89 El soneto explica que la palma, de larga vida, es la espada y la gloria que se alcanza
con la fama que no muere. Por eso, a estos héroes "que en las espadas que empuñan
más aspiran a la vida de la fama que a la de la vida, que mejor empressa que la de
una Palma [...]?".90 Añadamos que, en el contexto simbólico e iconográfico del túmulo, la tradicional
palma dada al mártir por su defensa de la religión, es también un símbolo útil e inteligible
para estos soldados.
En el siguiente lado se pintó una encina verde que, junto con despojos militares ("espadas,
escudos, morriones ensangrentados..."), "tenía pendiente la muerte" (presumimos que
representada como un esqueleto, ya que no se especifica más), con el epígrafe "ETIAM
MORS". Es la representación de un trofeo clásico, en el que se incluye a la muerte
como despojo enemigo vencido.91 Versos y prosa comentan cómo los antiguos acostumbraban a poner trofeos después de
las batallas con los despojos de los enemigos vencidos; mientras más fuerte fuera
tal enemigo, mayor triunfo era para el vencedor; por eso "¿que mayor calificación
y tropheo de la valentía española, que el despojo de la muerte, que es fuerte por
antonomasia, de quien, aún después de muertos se jactan victoriosos?" Este jeroglífico
con la representación del trofeo, como veremos al final, es una redundancia simbólica
del sentido conjunto del túmulo.
En la siguiente tarja se pintó una mano sujetando una balanza que pesa cenizas, con
un lado tan inclinado que hace subir al otro como si no sujetara ningún peso; le acompaña
el epígrafe: "EXPENDE CINERES" y el epigrama latino. En él y en la prosa, se dice
cómo, al revés de lo que pesa un leño cuando sólo restan sus cenizas, "en nuestros
héroes, para saber lo mucho que fueron quando vivos, el argumento es lo mucho que
aún sus ceniças pesan quando difuntos".92 Seguimos: como el rey Carlos es quien honra a los soldados, se usa este nombre, cuyas
letras "componen también estas voces latinas: 'COR SAL' [...]", epígrafe del siguiente
jeroglífico: consistía éste en una antorcha que, en lugar de llama, tenía un corazón,
el mote "PRIMUM VIVENS, ULTIMUM MORIENS" y un epigrama en latín. Éste y la prosa dicen
que el corazón es "la oficina en que la vida reside";93 es lo primero que vive y lo último que muere, y la sal lo mantiene incorrupto. Como
Cristo asemeja luz y sal, diciendo a los suyos "VOS ESTIS SAL" y "VOS ESTIS LUX",
la luz de una llama en el corazón, como la sal, "preserva la vida de la fama de la
corrupcion del olvido". Otra vez en la iconografía de este túmulo, la llama alude
a la "vida de la fama", posibilitada por Carlos. Y la última tarja del primer cuerpo
o parte inferior del túmulo, "elogia [...] la prudencia Española en la profession
militar, sin dejar de hacer reclamo a la muerte: estaba esta entre la vida y la fama,
caída a los filos de una espada pendiente de una mano, sobrescrito aquel verso de
Job: 'SUSPENDIUM ELEGIT ANIMA MEA'".94 El epigrama latino y la prosa dicen que la prudencia importa más en las victorias
que el ímpetu, que puede pasar de valor a temeridad y está reñido con la sabiduría.
La sabiduría enseña a saber vivir. Y los españoles hacen de la muerte sólo un paso
"del vivir de la vida al vivir de la fama".95
"En correspondencia de estos seis geroglificos, se escribieron otros seis en las bases
y pedestales de las pyramides". Méndez señala que: "como tiene el primer lugar en
todas las obras heroicas la virtud y en las militares el valor, se pinto en la basa
principal [...] una estatua con dos aspectos, el uno armado para trasumptar el Valor,
el otro para representar la Virtud, apacible y honesto: con este mote: 'VIRTUS UNA
BIFRONS'";96 la décima y la prosa que acompañan, equiparan virtud y valentía, imprescindibles
en un soldado.
En la segunda basa se pintó "un cuerpo difunto rodeado de luces y al otro lado una
Ossa lamiendo su cachorrillo", con el epígrafe "DONEC FORMETUR". La décima y la prosa
dicen cómo Carlos, con su amor -traducido en la lengua de la llama- procura a sus
soldados la vida de la fama -hasta entonces informe-: "Quando las cenizas muertas/
Hazes nacer a la gloria: / el sueño de la memoria/ Carlos, con llamas despiertas".
El hombre, que nace dos veces, a la vida material y, al morir, a la vida eterna, perfecciona
ésta "quando con honor se sepulta". Aquí se representa una antigua tradición de uso
emblemático (Sebastián de Covarrubias, Francisco Núñez de Cepeda): la de la osa que
conforma a sus oseznos, lamiéndolos; alude a la formación amorosa para la vida. En
nuestro caso, se orienta a la vida de la fama y se traduce en las lenguas de las llamas.
En la siguiente basa "se pintó una arca abierta, dentro un gran coraçon, gravado en
él, este mote: 'HISPANUS DEFUNCTUS AD HUC LOQUITUR'.97 Con este hemistichio en la frente de la pintura: 'VINCULA SALTA, LEGES' ". La décima
y la prosa dicen que el corazón sepultado, volando con sus alas veloz, vocea que es
español; a semejanza de la sangre de Abel que se quejó, los corazones de los españoles
"han sabido prorrumpir en animosos ecos, con que explicar mas que su queja, su Valentía".
"En la otra basa, que era la quarta en orden y segunda del lado derecho, se pintó
una fragua de asquas encendidas y un fuelle, que al impulso de su soplo juntamente
espolvoreaba las cenizas y dejaba descubiertas las asquas". Lleva inscrito "SOPITOS
SUSCITAT IGNES". Décima y prosa señalan cómo "debajo del polvo se esconde la fama
del hombre difunto", igual que la luz de la fama, la cual "se eterniza / Con visos
de que fenece [...] Muevela y veras que es llama/ La que ceniza pareze". En las otras
dos basas se pusieron los "dos simbolos de las dos virtudes militares en que estriva
el universal gobierno político de un exercito, que son la fortaleça y la sujeccion".
Para la fortaleza se pinta una roca en el mar, en la que rompen las olas, con el mote
"IPSA IMMOTA MANET": "la fortaleça dominando en medio del coraçon embota los filos
a las espadas",98 equiparando así, con versos y prosa, la fortaleza y la roca frente a las olas. Y
para expresar la sujeción "se pinto en la ultima basa un Relox, con las pesas inclinadas",
el epígrafe: "DESCENDIT AD TERRAM UT ASCENDAT AD ROTAM", y versos; éstos señalan que,
si las pesas en el reloj suben, es porque bajan. Igual los soldados, quienes después
"de la caída", de "su exaltacion del polvo, van gloriosos/ A las espheras [...] Eternidades".
Además, tanto se requiere orden en el mecanismo del reloj, para su buen funcionamiento,
como en el ejército y en el cielo, en perpetuo movimiento, y en el sol, que sube y
baja, "SOL ORITUR ET OCCIDIT". Los soldados "aprendieron en la escuela de dos soles,
en la de el sol del cielo y en la del sol de España [...] a subir, aun después de
muertos o de caydos". Y aprenden "de los soles, como de reloxes de sol. Pues assi
como en el relox, para que suba a la rueda [...] es menester que la pesa se incline
a la tierra, el sepultarse los Soldados en la tierra, es lo que los hace subir avivados
de su Sol Rey, a la vida de la eternidad". Complejo simbolismo en el que Carlos-Rey-Sol
infunde vida y el soldado caído sube a la vida eterna de la fama. A ello se une la
sujeción a un orden que debe tener para funcionar bien tanto el mecanismo del reloj
como el del ejército, es decir, la disciplina. Borja, en su empresa "A SUPREMO DIRIGATUR"
compara el reloj de pesas y su necesario mecanismo concertado, con el buen gobierno
en la República; incluye en esta empresa al sol, con el que debe estar concertado
el reloj: metafóricamente, el buen gobierno deberá seguir a este sol, al que Borja
alude como el "Sol de Justicia, que es nuestro Dios".99 Si alargamos este simbolismo, podemos ver la identificación del rey con Dios en este
Sol de Justicia, algo indudablemente cercano en la mente de los contemporáneos. Al
margen de tan complejo simbolismo, no conviene olvidar que el reloj -en especial el
de arena- siempre tiene un sentido vinculado a la muerte por significar el rápido
paso del tiempo, simbolismo que también es conocido en la Nueva España desde el XVI.100
"Para las quatro tarjetas del segundo cuerpo se trasaron otros quatro símbolos [...]
Pintose por principal un Iris hermoso formado de los reflexos del Sol que en el reverberaban";
lleva el mote "sol ARCU", anagrama de CAROLUS, con una octava en la que se identifica
a Carlos con el sol quien, al igual que el astro, ilumina a los soldados y les dará
paz (simbolizada por el arcoíris): "Eres Carlos el Sol, los Iris ellos/ No han de
gozar de paz, si reverbera / En ellos el influxo de tu esphera?". Y si los colores
del arcoíris son un falso apercibimiento de los ojos, sin embargo, "el Sol de España
[...] con las luces que enciende en la magnifica tumba que erige [...] con las saetas
de fuego que dispara del arco de su coraçón, tiene arte para adquirirles y negociarles
a sus Iris Españoles la paz verdadera en la gloria, que quanto es de su parte les
adelanta": garantía al buen soldado español que contará con las honras necesarias,
sufragadas por el amor de su rey, para que le "negocien" su "paz verdadera" en la
vida del más allá, la cual vuelve a confundirse intencionadamente con la vida de la
fama. El simbolismo de este jeroglífico es muy rico ya que el Sol-Carlos, al proyectar
el arcoíris como símbolo de paz, se asemeja al mismo Dios en el conocido episodio
bíblico posdiluviano,101 cuando tal arco simboliza la paz entre Dios y los hombres. A la vez, y ya que es
un modo de premiar un comportamiento, ese Sol-Carlos es también el intermediario necesario
con la justicia divina, y recordemos cómo la justicia para todos, que pretende el
rey en su gobierno, se simboliza con el sol -como en el anterior jeroglífico-, que
alumbra a todos, siendo ésta una de las razones de su identificación.
Pero el rey Carlos no sólo procura a sus soldados paz eterna sino que, por el amor
que les tiene, quiere "coronarlos como a Reyes"; esto se pinta "en la tarja inmediata",
con una mano que esparce coronas; sobre la mano "esta empresa... 'NON EGET'". La octava
y la prosa hablan de la liberalidad de Carlos, pródigo con los suyos, coronando sus
virtudes. Esto le asemeja a Dios: "En el cielo, solo Dios es verdadero Rey porque
no solo es Rey sino que hace Reyes: en la tierra si ay quien tenga el nombre de Rey
con mas justificado titulo es el de España, pues como tiene debajo de sus plantas
muchos mundos, ciñe tambien en sus sienes muchas coronas". Y así, la prodigalidad
de Carlos -presentado como el rey más poderoso de la tierra-, implica su casi divinización,
coincidiendo con el Sol en el reparto de sus dones, igual que éste sus rayos.102
"Ha sido especial [...] en esta fúnebre Laudatoria, la honra que haze nuestro Rey
a sus Soldados y el merito con que se la granjearon ellos y por esa raçon se pusieron
[...] dos [Geroglificos]", en los que se especifican dichos méritos. En uno se alude
a "la nobleza", pintando "una ampolla de sangre hirviendo, con esta inscripción: 'SINE
IGNIBUS ARDET'". La octava y la prosa señalan que la nobleza de la persona hace que
reviva de sus cenizas y brille: esto sirve para los nobles de cuna (que ponen en duda
su nobleza si hacen villanías) y para los buenos soldados, a los que sus hechos los
ennoblecen. Sin duda, en la mente de la época, el ennoblecimiento de los soldados
se liga y se refleja en el tipo de honras que se les están celebrando, propio sólo,
legalmente, de la realeza y, en la práctica, de la oligarquía laica y religiosa. El
otro se refiere a "sus victorias navales", representando una "nave desbaratada" con
el título "SUBSIDIUM ALIIS EXCIDIUM NOBIS", que llega al puerto. La octava y la prosa
hablan de las victorias de las naves españolas por todos los mares: "Ay para apoyar
sus empresas y triumphos en el agua, un mar de historias".103 Recordemos cómo, en el túmulo hecho para Felipe IV en 1666, por la Inquisición, en
el convento de Santo Domingo de la ciudad de México, apareció un emblema en el que
Felipe IV era "capitán de la 'Nave Española' que luchaba contra los huracanes de la
infidelidad y la herejía, y el rey sentado miraba una brújula cuya aguja apuntaba
en forma de cruz el camino correcto", insistiendo en la justificación, fundamentalmente
religiosa, de la guerra por la que el soldado español se sacrifica.104 Borja -que, junto con los túmulos de Felipe IV, pudiera haber servido de inspiración
a nuestro autor iconográfico-, utiliza en varias ocasiones la nave llegando a puerto,
o en él, para descanso, acopio de fuerzas o espera del buen tiempo, así como la nave
que, justo cuando va a entrar, se incendia;105 y como Borja, muchos otros emblemistas, con distintos significados, pero siempre
subyaciendo la tradicional consideración del mar, identificado con el mundo terrenal,
con sus peligros, que el hombre, la nave, debe atravesar con bien. Sin embargo, es
bastante original la idea de representar la victoria con una nave "desbaratada", a
la que el mote atribuye ruina, "EXCIDIUM", aunque sea para alabar la generosidad en
la ayuda a los otros, por parte de los marinos españoles. Y ésta es la forma de sugerir,
por la necesaria finalización del viaje para el navío, la heroica muerte de los soldados
que se homenajean, sacrificados en pro de la victoria de la nación.
Iconográficamente, podemos observar la originalidad de las elaboraciones emblemáticas:
aunque se usan elementos con simbolismo habitual en este lenguaje, sin embargo la
factura de cada jeroglífico es nueva y, a veces, rebuscada. Y aquí hay que recordar
cómo la complejidad es explícitamente una opción didáctica de los jesuitas por encontrarle
cualidades mnemotécnicas.106 Viendo el conjunto del túmulo, podemos hacer lecturas que parten de los versos centrales,
con el referente clásico, Eneas, y señalan la importancia del rey y del virrey para
facilitar la fama y la inmortalidad a sus soldados. Esto, visualmente, se traduce
en un jeroglífico de mayor visibilidad, en un lugar relevante, con un retrato de ambos
perfectamente identificables, según se resalta, para que todos los conocieran. Se
recrea el momento en que Carlos da la orden de hacer las honras por los soldados,
al virrey: rey y virrey como factores imprescindibles, como un todo unido en el que
el virrey se afianza en su poder y el rey queda magnificado en el suyo -y así se le
mostrará al mismo, cuando este texto llegue a la corte madrileña. Según Méndez, la
vida de la fama la da a los soldados quien les erige la tumba y éste, en última instancia,
es el rey -con la incuestionable mediación del virrey. Al identificar vida eterna
-bienaventuranza en el más allá, prometida por la religión- con vida de la fama o
vida material, necesaria para la de la fama, en un juego confuso pero no inocente,
Méndez señala que es el rey quien amorosamente da la vida eterna -prodigioso favor-
a sus soldados. Así construye una identificación de intereses -patrióticos y espirituales-
muy ventajosa políticamente para definir la función del soldado y para la consideración
de la Corona. En lo que respecta a lo trascendente, el rey, Carlos -el rey más poderoso
de la tierra (protagonista directo en siete de los dieciocho jeroglíficos de nuestro
túmulo)-, se asemejará a la propia divinidad, será fundamental intermediario entre
Dios y los soldados, posibilitándoles la vida de la fama y de la bienaventuranza.
Tal identificación con lo divino se mantiene en toda la decoración del túmulo y se
ajusta al concepto de rey justiciero -vinculable esencialmente en esos momentos a
la figura del rey-,107 al impartir él justicia entre sus soldados: sólo a los que respondieran -o respondan
en un futuro- a las virtudes exigidas, su rey les proporcionará la vida prometida.
También así se logra la asimilación de la figura del rey y el sol, e incluso, del
rey y Cristo-Sol de Justicia, figura frecuente en los textos contemporáneos.108 Metafóricamente, vimos cómo Carlos se iguala al sol, al compartir con él propiedades:
omnipresencia vigilante y ordenada, liberalidad, piedad, justicia..., las cuales se
evocan en Carlos con la referencia solar; interesa ahora señalar que éstas se desarrollarán
seis años después del túmulo que estudiamos ahora, en el que se dedica al propio Carlos
tras su fallecimiento, en la Catedral de México, en 1701,109 túmulo que destaca por la abundancia de identificaciones solares con el monarca y
que, además, tendrá una estructura y unas características que le harán muy semejante
al nuestro (Fig. 3).110
3.
Túmulo de Carlos II, Catedral de México, 1701, tomado de Agustín de Mora, El sol eclypsado antes de llegar al zenid. Real pyra que se encendió a la apagada
luz del rey
N. SD. Carlos II (México: Juan José Guillena Carrascoso, 1711), s. p.

Por otra parte, este tipo de discursos en torno a la fama e inmortalidad del soldado
en el Antiguo Régimen inicia las bases retóricas de la alabanza al héroe militar -también
en sus honras fúnebres- que se desarrollará al compás de los movimientos revolucionarios
del siglo XIX;111 la fundamental diferencia está en que, en el Antiguo Régimen, lo que les abre las
puertas a esa fama inmortal no son sus propios méritos -a pesar del necesario reconocimiento
de los mismos-, sino su monarca, aquí ayudado del virrey; tal fama inmortal en los
soldados del Antiguo Régimen, dado su carácter anónimo y genérico, se aleja de la
del personaje concreto o héroe decimonónico (siendo éste semejante, en la alabanza
fúnebre, a los propios monarcas).112 El momento de tránsito se da en el siglo XVIII, a raíz de la guerra de sucesión española,
cuando comenzarán a hacerse, excepcionalmente, honras a militares concretos, individuos
destacados por sus propias obras, precedentes definitivos de las de los héroes decimonónicos.113
En el túmulo que analizamos, los soldados, de forma anónima, comparten protagonismo
con Carlos, ya que, con sus virtudes (prudencia, valor, fortaleza, respeto al orden
o disciplina ...) y con el amor del rey (que les hace honras y reza por sus almas),
se ennoblecen y, premiados con la fama y bienaventuranza eterna, vencen a la muerte:
por eso el túmulo transmite una imagen de trofeo militar -ajustada a la definición
de Covarrubias-114 con los despojos militares ("Lanzas, Vanderas, Morriones, Viseras, Hielmos, Escudos
y todos los demas instrumentos, que sirvieron a los Soldados quando vivos, de armas,
para la defensa, y ahora quando muertos, de gloriosos despojos [...]"),115 "gloriosos despojos" que se colocan sobre el último cuerpo y en sus distintos cuerpos
en disminución, junto con gran número de hachas. De hecho, Eneas, al que se compara
con Carlos al comienzo de la descripción del túmulo, lo que levanta para honra de
sus soldados es un trofeo militar -Eneida, libro XI, 1-15-, semejante en sus características a lo que simbolizaría este túmulo.116 Y junto a esta visión del túmulo como trofeo, hay otra, la que lo asemeja a una llama:
la importancia de las luces en tal estructura piramidal -de la que desconocemos la
altura-, le confiere la imagen de una gigantesca antorcha que impresionaría a sus
contempladores: son las "lenguas de las luzes [...] en la sumptuosa pyra" que para
sus soldados enciende la piedad del rey Carlos, por mano del virrey, como dice el
título de la descripción del padre Méndez. Es una "pyramide de fuego"117 simbolizando la vida de la fama de los soldados que brillará eternamente, como las
estrellas. Es importante recordar cómo la muerte se puede representar apagando una
llama -como en el túmulo de Felipe IV en la Catedral de México (1666).118 Y el propio Cristo se identifica como "Luz de vida",119 con lo que la complejidad de asimilaciones llega incluso a la identificación entre
Cristo, luz, vida eterna, sol y Carlos.
En lógica con esas dos visiones ofrecidas por el túmulo, destacamos que son inexistentes
la usual urna fúnebre en el centro de estas estructuras120 y la acostumbrada imagen de la muerte -habitual en el centro o parte superior del
túmulo. Esa imagen es ahí prácticamente invisible: como tal, aparece sólo representada
en dos jeroglíficos, siendo en uno trofeo vencido por los soldados y, en otro, el
necesario tránsito a la fama;121 en otros sólo se alude a ella de forma indirecta. Y éste es el mensaje: por mano
de su rey, los soldados no mueren sino que son triunfadores eternos de la muerte gracias
a la fama y a la bienaventuranza, y brillarán como la pira, eternamente.
No fue la sociedad novohispana alabando a sus soldados; fue el virrey -y, por su mano,
el rey- quien los honró y quienes se honraron a sí mismos, en un acto de intereses
de carácter elitista y reflexivo.