La paradójica historia del descubrimiento, redescubrimiento y rescate de las pinturas
que decoran la Casa del Deán, en la ciudad de Puebla, así como la manera en la que
a lo largo de más de 60 años dichas obras han sido, y siguen siendo, descritas, descifradas
e interpretadas confluyen en este libro impecablemente editado por Helga von Kügelgen.
Nueve autores se dan cita en una obra cuya erudición, exhaustiva bibliografía y generosa
inclusión de 180 imágenes -relacionadas puntualmente con los textos- evidencian su
carácter académico y especializado. Dos desplegables a color reproducen en su totalidad
los murales con la cabalgata de la sinagoga y las sibilas, así como aquellos ubicados
en la sala adyacente con escenas de los Triunfos de Petrarca, para proporcionar una vista general continua de ambos espacios. Uno
más brinda la particular lectura que sobre dichos Triunfos hace Elena Estrada de Gerlero quien, a diferencia de José Pascual Buxó y la propia
editora, se resiste a recorrerlos de izquierda a derecha. Paralelo a estas tres vistas
panorámicas o totalizadoras, basadas en fotos tomadas por John O'Leary, se analizan
sendos conjuntos pictóricos de manera puntual. Sistemática y detalladamente, se discuten
las formas, contenidos y objetivos de su iconografía a partir de comparaciones con
textos literarios, ilustraciones de libros de horas y de coro, los Oracula sibyllina de San Galo o artes suntuarias, entre otras fuentes. Como buen ejercicio académico,
al multiplicar el tipo de fuentes que pudieron nutrir el conjunto, se proponen lecturas
cada vez más satisfactorias del programa seleccionado. Al mismo tiempo, se evidencia
la enorme cantidad de enigmas que este emblemático lugar todavía despierta por razones
tanto intrínsecas como extrínsecas. La identidad de los pintores de la Casa del Deán
y si éstos fueron nativos, criollos o europeos, por ejemplo, siguen siendo incógnitas.
Mientras que los desplegables se realizaron a partir de fotografías a color tomadas
en 2011, es decir, después de la última restauración de los murales (finalizada en
2010), para los encuadres que reproducen de manera individual a la sinagoga, a cada
una de las sibilas y a los Triunfos se optó por las imágenes en blanco y negro que -en 1974- tomó el fotógrafo alemán
Walter Reuter (1906-2005) a petición expresa de Erwin Palm (1910-1988) y de la editora.
Su vigencia no deja de ser un homenaje a la calidad de la reproducción, así como a
su carácter histórico o documental, pues son fotos tomadas específicamente para estudiar
los muros en un momento en que sólo habían pasado por la primera restauración de 1955.
Desde la historiografía de la disciplina de historia del arte en nuestro país es interesante
advertir que en aquel tiempo Palm y Kügelgen también solicitaron fotografías infrarrojas
a Irma Groth y que ello se llevó a cabo por intermediación del restaurador Jaime Cama.
Es decir, sus investigaciones se beneficiaron de una práctica que permite conocer
los procesos de elaboración de una obra (al revelar dibujos bajo la superficie pictórica
o intervenciones), gracias a su interés en metodologías habituales en la restauración.
Aunque en la actualidad este trabajo interdisciplinario es bastante común entre algunos
historiadores del arte mexicanos, en aquel entonces era totalmente vanguardista. Por
último, las láminas reproducen levantamientos arquitectónicos de la casa, fotos del
momento del redescubrimiento de las pinturas en 1953, del estado de la arquitectura
exterior e interior en los siglos XIX y principios del XX, así como documentación
del siglo XVI. En conjunto se trata de una publicación que permite ubicar los murales
en un amplio contexto histórico, artístico y cultural al abordar aspectos tan diversos
como la creación artística e intelectual de los murales en sí, la biografía del deán
Tomás de la Plaza Goes (1519-1587), la relevancia del inmueble y su historia, el papel
que jugaron sus diferentes propietarios o la existencia de otra serie de sibilas en
la catedral de Puebla.
Se trata de un libro concebido en los años setenta cuando Helga von Kügelgen y Erwin
Palm pudieron estudiar con detenimiento la Casa del Deán gracias al Proyecto México
de la Fundación Alemana para la Investigación Científica cuyo objetivo era promover
investigaciones regionales interdisciplinarias mexicano-alemanas en la zona Puebla-Tlaxcala.
La iniciativa surgió en 1957, gracias al investigador mexicano-alemán Paul Kirchhoff
y a Franz Termer (quien en aquel momento era el director del Museo de Etnología de
Hamburgo).1 Aunque originalmente se pensó limitarlo a lo arqueológico-histórico, se convirtió
en una labor interdisciplinaria más amplia que tuvo un alcance trascedente y duradero
en la región. ¡Qué mejor evidencia de dicho compromiso que este libro en torno a las
"facetas plurivalentes" de la Casa del Deán! Erwin Palm empezó a participar en el
proyecto, como investigador, en 1964 y entre 1970 y 1976 fue su coordinador. Esto
propició que Helga von Kügelgen y él colaboraran en problemas de aculturación y recepción
en esta área.2 Éstos han sido temas medulares en el estudio de las pinturas desde su descubrimiento
por materializar la compleja amalgama que implicó la inserción de América en el panorama
global. No en vano, la editora consideró indispensable incluir en esta nueva publicación
la investigación que Palm hiciera en aquellos años la cual, además, es posible ubicar
en el marco de la "Cronología de los estudios sobre la Casa del Deán". Éste es un
útil apartado que el libro ofrece por separado dentro de la bibliografía general para
evidenciar en orden cronológico el estado de la cuestión desde las primeras noticias
en torno a las pinturas (en 1934 y 1950),3 las denuncias hechas en 1953 a raíz de la destrucción de esta residencia señorial
y el primer análisis propiamente histórico-artístico del conjunto a cargo de Francisco
de la Maza (1954). Si bien la Casa del Deán sobresale por ser uno de los contados
ejemplos de arquitectura civil del primer siglo del virreinato novohispano que todavía
sobrevive, ha sido sobre todo el carácter único de las pinturas murales que lo decoran
y su temática lo que ha atraído las plumas de más de una veintena de autores. De este
modo, la minuciosa recopilación bibliográfica ofrece una radiografía de la historia
del estudio y conservación del patrimonio artístico en nuestro país sobre todo desde
la perspectiva de la historia del arte, pero sin minimizar las grandes aportaciones
de la historia y la literatura. El carácter único del monumento ha permitido discutir
temáticas como las del manierismo o mestizaje desde diversas latitudes a partir de
una obra bien circunscrita. Jorge Alberto Manrique (1976), Santiago Sebastián (1978,
1995), Eduardo Merlo (1989, 2001), Serge Gruzinski (1994, 1999), Alfonso Arellano
(1996), Dirk Bühler (2001), Penny Morril (2001, 2007, 2014),4 Juana Gutiérrez Haces (2002, 2008), José Miguel Morales Folguera (2002, 2007, 2009)
y Margit Kern (2012) son algunos de los nombres que han construido este interés constante
y duradero en la obra, así como la pluralidad de visiones en la que la publicación
que ahora se presenta ha de contextualizarse.
Otro de los participantes del libro, Efraín Castro (médico, antropólogo e historiador),
vivió en carne propia el momento en que las emblemáticas pinturas poblanas estuvieron
a punto de perderse para siempre. Ello ayuda a entender su largo compromiso con la
Casa del Deán y el hecho de estar contemplado por sus colegas alemanes para participar
en el libro desde un primer momento. Según narra el propio Castro, en 1953, él era
un estudiante de preparatoria interesado en escribir un artículo acerca de la casa
para la revista Ensayo de la Escuela Preparatoria de la Universidad de Puebla. Fue entonces cuando verificó
(junto con David Bravo Cid) la existencia de los murales impulsado por el rumor que
un año antes había empezado a circular: que ésta sería demolida para construir una
sala cinematográfica. Su historia, de primera mano, y la documentación que anexa en
esta nueva publicación son testimonios conmovedores que nos transportan a esos años
en que la historia del arte era todavía una disciplina joven en nuestro país. Explica
cómo, en 1934, el historiador del arte español Diego Angulo recibió una foto de una
de las sibilas del mismo dueño del inmueble, Francisco Pérez de Salazar y de Haro,
la cual apareció publicada en 1950 en su emblemática Historia del arte hispanoamericano. El hecho es significativo pues hace ver que en los años cincuenta la enciclopédica
obra de Angulo no era tan conocida en México y que la existencia de esas pinturas
era todavía una especie de "leyenda". Es significativo, como lo demuestra el autor,
que estudiosos tan importantes como Manuel Toussaint o Francisco de la Maza no tuvieron
noticia de las pinturas hasta 1953, a raíz de la llamada de auxilio que en dicho año
recibieron desde Puebla de parte de Gastón García Cantú. Los apéndices que Castro
añade a su texto, con las crónicas de este último, rescatan la mirada de quien diera
la primera gran batalla para defender el inmueble y sus pinturas logrando con ello
su "expulsión de Puebla". Asimismo, el texto de Efraín Castro ("Algunas consideraciones
acerca del deán de Tlaxcala Tomás de la Plaza Goes [1519-1587]. Fortuna y vicisitudes
de su casa") atribuye la construcción de la casa a Francisco Gutiérrez y documenta
con gran detalle la vida del deán. Este personaje originario de Extremadura, España,
habría de llegar a Puebla después de servir cinco años a la Corona en Florida, de
ordenarse sacerdote en 1545 y de fungir otros 20 años como cura y capellán entre las
comunidades indígenas de Oaxaca. Finalmente a los 45 años, en 1564, se convirtió en
el tercer individuo que ocupó la dignidad de deán en la catedral angelopolitana.
El ensayo de Castro, que abre el libro, entra en perfecto diálogo con los tres siguientes
(que conforman la primera mitad de la obra) a cargo de Gustavo Mauleón ("Tomás de
la Plaza Goes y su alter ego Antonio de Vera: testimonios de un vínculo amistoso, eclesiástico y musical en el
siglo XVI novohispano"), Francisco Pérez de Salazar Verea ("Algunas notas sobre la
Casa del Deán") y Vicente González Bargerán ("El escudo de don Tomás de la Plaza Goes").
Esta última participación es curiosa pues consiste en la reproducción de una carta
personal dirigida a la editora que, con su autorización, ahora ella publica para dar
a conocer la descripción del escudo nobiliario del deán que, en su momento, este prestigioso
genealogista le envió con detalladas observaciones y dibujos hechos a mano.
El texto del musicólogo Gustavo Mauleón, en cambio, se enfoca en el círculo cercano
del deán y, en particular, en su relación con otro capitular originario del arzobispado
de Toledo (el canónigo Antonio de Vera) quien, a partir de 1572, fungiría también
como maestro de capilla. Asimismo, Mauleón aprovecha la ocasión para hacer un llamado
de atención hacia la posible relación entre dicho deán y la llegada a Puebla de dos
códices virreinales de la mixteca de Oaxaca (el Códice de Yanhuitlán y el Códice Sierra [Texupan]). Al igual que el texto de Castro, se trata de un artículo con abundante documentación
que aparece transcrita en extensos apéndices y que pone las bases para futuras investigaciones
en temas de lo más diversos.
Por su parte, el más breve texto de Pérez de Salazar Verea abona a la historia de
la arquitectura de la casa y de sus propietarios, así como al complejo problema de
la protección del patrimonio en nuestro país. Se trata de la mirada de uno de los
descendientes de sus antiguos propietarios a quienes, paradójicamente, se ha atribuido
tanto la conservación como la destrucción del inmueble y sus pinturas. En su texto
nos detalla cómo, en 1914, Francisco Pérez de Salazar y de Haro (1888-1941) compró
todas las fracciones de esta propiedad a primos y tíos con el objetivo de unificar
la propiedad en su traza original. Así fue como la convirtió en la única residencia
señorial del siglo XVI en México que para entonces se conservaba íntegra y en propiedad
de la misma familia. Por lo general se ha vinculado el descubrimiento de las pinturas
en algún momento anterior a 1934, fecha en que Diego Angulo visitó Puebla y -al parecer-
obtuvo la foto que después publicara. Sin embargo, desde su perspectiva, la historia
del descubrimiento de las pinturas y de su posterior primera difusión debe ubicarse
en 1922 y 1923, respectivamente, y remite a la revista de la Sociedad Antonio Alzate.
Asimismo, afirma que de ello fue testigo el maestro Salvador Toscano. Coincide en
que la mudanza de su ancestro a la ciudad de México, en 1923, propició que éste optara
por cubrir las pinturas, pero también un justificado miedo a una nacionalización.
Lo cierto es que muy escasas personas tuvieron conocimiento de la existencia de estas
obras hasta que el inmueble se vendió a la Empresa Impulsora de Cines Independientes
S. A. de C. V. Lamentablemente este desconocimiento fue determinante en su devenir.
No deja de ser una curiosa coincidencia que dos años antes de que, en 1914, el abogado
e historiador poblano Francisco Pérez de Salazar y de Haro recuperara la traza original
de la casa en la que él mismo había nacido surgiera la iconología moderna que tantos
frutos traería a la lectura del complejo programa de la pintura mural que la casa
resguarda (como lo evidencia la segunda mitad del libro). Es, sin duda, revelador
que la editora de este libro inicie su prólogo recordando que fue con Aby Warburg
y su conferencia dictada en Roma, en 1912, con la que se abrió a varias generaciones
(entre ellas a la de Erwin Panofsky) una nueva metodología que permitiría a los historiadores
del arte no acobardarse frente a las fronteras que marcaban los periodos históricos
y las categorías artísticas. En cambio, esta nueva forma de trabajo les permitió transitar
de la Antigüedad a la Edad Moderna como una época cohesionada, así como de las artes
liberales a la artesanía por ser ambas documentos igualmente expresivos.
Los textos que conforman la segunda parte de la obra en cuestión están vinculados
más puntualmente con la interpretación de los murales a partir de las metodologías
propias de la historia del arte y la literatura: Helga von Kügelgen ("Un programa
novohispano: sinagoga, sibilas y Triunfos de Petrarca"), José Pascual Buxó ("El texto imaginado. Los Triunfos de Petrarca en los murales de la Casa del Deán"), Elena Estrada de Gerlero ("La recuperación
de los sueños: el paisaje panorámico imaginario en los murales de un studiolo novohispano") y Erwin Walter Palm ("El sincretismo emblemático en los Triunfos de la Casa del Deán en Puebla"). Por último, el libro se cierra con una mirada hacia
el más amplio campo de la pintura virreinal en general con la participación de Montserrat
Galí ("Noticia sobre la existencia de unas sibilas en la catedral de Puebla [siglo
XVIII]"). El minucioso estudio y contextualización de una mención de la existencia
de "otras" sibilas en la catedral angelopolitana (para ella, pinturas del siglo XVII
donadas por una mujer), la lleva a fortalecer la idea de que Puebla era "una ciudad
cuyas elites religiosas y su patriciado urbano se complacían en exhibir una cultura
humanística que combinaba hábilmente las referencias clasicistas con los temas religiosos".
Al igual que la editora, Pascual Buxó es un antiguo estudioso de la Casa del Deán
pues, desde la literatura, ya había abordado la interpretación de sus pinturas en
cuatro publicaciones distintas (1986, 1992, 2006 y 2007). El autor, además, es una
pieza clave en la reactivación de este proyecto editorial nacido en los años setenta
porque en 2007 invitó a la editora y a Elena Estrada de Gerlero a participar en un
congreso en torno a Petrarca en América Latina. Fue esta circunstancia la que permitió
que se gestaran tres textos que, aunque presentados, permanecieron inéditos y ahora
se publican: el de Buxó y von Kügelgen muy de la mano en sus interpretaciones del
quinto triunfo y el de Estrada de Gerlero abocado a una de las grandes lagunas en
los estudios del muralismo novohispano del siglo XVI: el paisaje. Así, esta última
autora pone en contexto estos dos ejemplos de pintura mural en los ámbitos local e
internacional mostrando que los pintores novohispanos del último tercio del siglo
XVI y primero del XVIII estuvieron bien informados sobre lo que se hacía en Italia,
Flandes y España en este lapso del florecimiento del humanismo. Asimismo, esta invitación
al congreso de 2007 le dio a la editora la oportunidad de comprobar el deterioro de
los murales que habrían de ser nuevamente restaurados, lo cual añadió un apartado
importante a la historia del inmueble y, por ende, a la publicación.
A pesar de su aparente carácter monográfico, esta obra tiene muchas lecturas que van
más allá de la temática principal. La obra une varias generaciones de estudiosos y
el trabajo acumulado de varias décadas. Con ello, al tiempo de ser el estudio más
completo que existe sobre la Casa del Deán, sobre su primer dueño y los que le siguieron,
así como sobre las pinturas que la decoraron, también proporciona una mirada hacia
el quehacer académico. Helga von Kügelgen, "Helguita" (como le decía Erwin Palm) o
esa mujer "de cara tan alemana y deje tan mexicano" como acertada y agudamente observó
Octavio Paz, formó parte de ese primer grupo de académicos que -después de la oleada
de escritos generales que dieron noticia sobre la importancia del descubrimiento y
describieron las obras (como los de Francisco de la Maza)- comenzaron a abordar con
mayor detenimiento esta particular mezcla de tradiciones europeas y americanas que
materializan los murales novohispanos. La minuciosa observación de las pinturas en
el contexto de su profundo interés en la iconología, la aculturación, la recepción
de Europa en Iberoamérica y viceversa, así como su gran conocimiento del arte novohispano,
se tradujo en constantes aportaciones. La vinculación que ha hecho entre las pinturas
y fuentes formales o tradiciones iconográficas dentro siempre de un definido marco
teórico han marcado un hito con casi una decena de textos que a lo largo de los últimos
35 años paulatinamente han ido añadido pautas para la comprensión del programa. Sin
embargo, no monopolizó el tema. Por el contrario, convirtió en homenaje lo que concibió
como un reto, una labor intelectual sin fin o una deuda académica y personal. No olvidó
que este proyecto lo comenzó a planear con Erwin Palm y con la contribución de Efraín
Castro. En cambio, al reeditar nuevamente el emblemático texto de Palm sobre la Casa
del Deán dio respuesta a sus inquietudes, como lo es la interpretación que ahora proporciona
del quinto triunfo del cual no hay paralelismos en los triunfos de Petrarca, con un
absoluto respeto y aprecio hacia el trabajo de sus colegas.
Con ese detallismo que siempre la ha caracterizado, la editora intentó que el libro
saliera publicado antes de que, en agosto de 2010, se cumpliera el centenario del
nacimiento de Erwin Palm, catedrático de la Universidad de Heidelberg, internacionalmente
conocido por sus estudios iberoamericanos y españoles. Asimismo, pensó en una obra
colectiva e interdisciplinaria que siguiera sumando al impulso inicial. Valoró las
pequeñas o grandes aportaciones porque a todas ellas las concibió como peldaños que
construyen el conocimiento. Así, me parece que la trayectoria académica de su editora
funciona como columna vertebral en una historia de larga duración en la que confluyen,
entre hallazgos, anécdotas e hipótesis, la investigación y la protección del arte
virreinal -en general- con las afortunadas aportaciones que esta obra hace en el ámbito
local poblano.