A mis patricios compadres
Inspecciones, deducciones y asombros
Desde la década de 1680, los copistas de la imagen de la Virgen de Guadalupe solían
emplear un calco en papel aceitado, tomado directamente del Sagrado Original,
para
transcribir en sus facsímiles "el diseño". De esta suerte, otorgaban los
mismos contornos, trazos, medidas, rayos, estrellas, plecas y demás atributos
que
hacían que estos "verdaderos retratos" fueran sumamente apreciados de este
y del otro lado del Atlántico (Fig. 1).
Apegados a su estatuto de icono revelado, estos traslados transmitían las mismas
propiedades de inmanencia, empatia y presencia acordes al pensamiento neoplatónico
que sostenía que las sagradas imágenes guardaban, por un principio de similitud,
las
mismas propiedades honoríficas respecto a su original y así quedaban mejor
vinculadas a su prototipo celestial. Estos venerables retratos, pues, procuraban
ser
lo más fielmente posibles a la tilma de Juan Diego excepto por lo que toca a los
materiales y los colores, ya que su registro no estaba al alcance de todos los
artistas ni mucho menos la posibilidad de examinarlos a su antojo.
1.
Anónimo novohispano, Esta lámina es solo para representar el
viage, ó hilo de la costura de los dos paños del Ayate Guctdalupano,
como hoy existe, 1787, 16 x 9.5 cm, tomado de Bartolache,
Manifiesto satisfactorio (vid infra n. 18), [109].
Colección particular, Ciudad de México.

No obstante las inspecciones que realizaron maestros de pintura en 1666, abierta la
vidriera que resguardaba la imagen guadalupana, tan sólo Miguel Cabrera casi un
siglo después tuvo a sus anchas -y en repetidas ocasiones-, la posibilidad de
aproximarse y hacer operaciones técnicas para igualar al modelo. Cabrera pudo
confirmar medidas, realizar templas sobre los colores y hacer un minucioso estudio
de la técnica y sus materiales, acompañado por seis colegas durante la jornada
del
30 de abril de 1751. A partir de entonces, los colores de las copias variaron
notablemente tanto en las encarnaciones como en el atavío: basta comparar dos
copias
de su mano antes y después de este examen (Fig.
2).1 No es éste el lugar
para detenernos en su curioso estudio y el uso que hizo de la teoría de la pintura
para acreditar esta inexplicable condición, mixtura de técnicas y conservación
admirable, pero sí para detenernos en el reporte más desmedido y que desencadenó
un
debate de significados, al avalar o descalificar la condición non
manufacta de la pintura y que, al cabo, puso en evidencia las
atribuciones de los pintores en un campo que no era el suyo: la exégesis. Cabrera
se
detuvo en un rasgo insólito del cuadro que, en su dictamen llevado a Roma y
publicado cinco años después, resultó toda una novedad y causa de innumerables
asombros:
Sobre el pie derecho a poca distancia en el cañón principal, que descansa sobre
él en una quiebra, que hace, tiene un número ocho índice a mi ver, con que nos
acuerda, que su portentosa, y primera aparición fue dentro de la Octava de su
Concepción Purísima, de cuyo Misterio es la más fiel, y ajustada copia: si no
es
que diga, que este número no quiere decir, que es la Octava Maravilla del Mundo
(Fig. 3).2
2.
Miguel Cabrera, Imagen de la Virgen de Guadalupe,
1759, 185 × 100 cm. Colección particular, Ciudad de México. ©Foto:
Fernando Herrera.

3.
Virgen de Guadalupe [detalle de la imagen original],
siglo XVI. Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe,
Ciudad de México. ©Foto: Emeterio Guadarrama.

Se trataba de un detalle aparentemente nimio que había pasado inadvertido a los
autores y pintores de antaño y el cual, por su rareza en la propia técnica de
la
pintura (o que la afeaba), pienso, tuvo que justificarse con esa disquisición
que
satisfacía tanto a la curiosidad como a la perfección y así el ocho
quedó incorporado al canon de reproductibilidad de las subsecuentes veras
effigies.
Esto lo escribía Cabrera justo en el parágrafo o subcapítulo dedicado a examinar el
diseño de la imagen, es decir, las virtudes del trazo, la proporción y la
composición y donde desahoga las posibles imperfecciones o críticas que se le
habían
hecho a la figura. Entre otras, la aplicación del dorado en plecas y motivos que
parecían una intromisión incómoda y que Cabrera explicaba como una suerte de labrado
exquisito; en cambio, ese ocho arrojado sobre el tobillo sí que lo
percibía como una rareza o un defecto intrusivo que rompía cualquier regla de
la
pintura, incluso de la ornamentación tan regular y delineada de los arabescos
de la
túnica. Caído de lado, abierto en uno de sus rasgos, formando un relieve pastoso
y
elevado sobre la capa pictórica, el ocho necesitaba de una
justificación técnica, pero a fin de cuentas simbólica y misteriosa. Y éste fue
el
tono de la respuesta del pintor, que levantó la sospecha de que su pluma estaba
"movida" por sus asesores jesuítas. Como se ve, una de las razones
esgrimidas descansaba en la doctrina de la mariología (una data que se registraba
en
la octava de la Inmaculada, cuando entre un ocho y un doce de diciembre tuvo lugar
el portento) y la otra, culterana y erudita: la octava maravilla del mundo porque
toda la imagen era un monumento admirable e inefable y, como tal, destinado a
pervivir y maravillar los sentidos. Esta última afirmación pasaría como un tópico
laudatorio y autocelebratorio, pero la primera, al datar el misterio de la
Concepción en un rasgo, proponía a los devotos un significado numerológico con
apoyatura de cierta historicidad. Era realmente un recurso más retórico que
adivinatorio, pero una atribución más propia de los predicadores que de los pintores
(salvo cuando estos últimos entraban al género de la tratadística y en su papel
de
"pintor cristiano" podían ocuparse de los problemas entre figura,
representación, decoro y significado teológico). No dejaba de ser osado otorgar
un
significado con dos intencionalidades bien claras: acreditar y datar el
acontecimiento del milagro, abonando a la doctrina de la Inmacu lada, y satisfacer
la devoción mediante la piedad de los asombros (develando un misterio más de los
que
encerraba tan incorruptible e inexplicable pintura).
En los pareceres de sus colegas, don José de Alzíbar hizo eco de este hallazgo, sin
duda emocionado, apuntaló las deducciones de su maestro al declarar en tono
justificativo: "He visto en los ocho parágrafos ocho maravillas, y en el
conjunto de todos la octava, por lo que infiero, que en el número ocho, que vuestra
merced reflejó en Nuestra Señora, y nos mostró en dicho día, fue anticipado índice
de su bien pensada idea".3
Nótese el último elogio como otro indicador de que Cabrera, aspirando al papel
de un
"pintor cristiano" ya discurría y meditaba a priori, no
sólo el descubrimiento, sino la asignación de los significados del
ocho.
La popularidad con que corrió este hallazgo no se hizo esperar y en verdad causó
conmoción en el ánimo de la gente culta y llana. Desde luego que los poetas
aplaudieron la revelación de Cabrera, cada vez que repasaban los atri butos de
la
imagen en sus descripciones asonetadas -así vieron en el ocho un
autógrafo virginal- y al cabo tomaron partido:
Nunca este número ocho denotara,
Como ha solido creer gente sencilla,
Ser la Imagen la octava maravilla
Cuando es primera y única por rara;
Yo pienso que mejor descifrara
—y es especie bien obvia que se trilla—
Con decir que su Autora, en esa orilla,
La Concepción en cifra se firmara.4
Ya que otro poeta había dicho antes:
Tiene un número 8 en su vestido
Y aquel Octavo Número que brilla
Sumando luces entre estrellas tanta,
Octava se acredita Maravilla.5
* * *
En uno de sus ensayos provocadores, Georges Didi-Huberman replanteó algunas de las
bases epistemológicas de la historia del arte o, si se quiere, una simple paradoja
en sus operaciones para fijar su objeto de estudio: "La historia de las
imágenes es una historia de objetos temporalmente impuros, complejos,
sobre-determinados. Es una historia de objetos policrónicos, de objetos
heterocrónicos o anacrónicos."6
La imagen no sólo deviene inestable en el espacio, por sus desplazamientos
inexorables, sino igualmente en los vectores del tiempo y esto no es precisamente
una "fatalidad" o limitación en el conocimiento sino una razón de su
peculiar "fecundidad". Estamos siempre atentos, pero igualmente rebasados
ante la expectativa de un nuevo montaje: "La imagen a menudo tiene más de
memoria y más de porvenir que el ser que la mira".7 Aunque, en el plano de su transitoria historicidad, no
todas las imágenes gozan de esa potencialidad y la inmensa mayoría permanece en
estado de latencia o baja densidad; por el con trario, los privilegios de una
imagen
sagrada en activo radican en que se mueve por igual en los planos de lo expuesto
y
de lo oculto.
En este artículo pongo a consideración no sólo el problema de la metamorfosis del
significado operado en el contexto de la imagen sagrada sino la posibilidad de
comprobar que también en los modos de mirar, desde la visión del espectador y
sus
expectativas epocales, se sucede la mejor parte de su polivalencia y que por esa
"anomalía", a la postre, se enriquece la biografía cultural del objeto.
Así, desde un signo equívoco o una materia ajena añadida a la imagen (por voluntad
o
accidente), sucede por la casualidad, la imaginación, la ambivalencia y, sobre
todo,
el papel del Padre Tiempo metido a pintor, la reescritura de un nuevo capítulo
en la
historia de la obra. Tanto o más importante es la trayectoria de "la vida de
las imágenes" que el hecho de desentrañar (es un decir) el origen sobrenatural
o el estatuto prototípico de una imagen sagrada. En este caso asistimos a la
generación ad hoc de una imagen dentro de otra, merced a una visión
espontánea, configurada por ocasión, fortuna o simple coincidencia. Una imagen
que
quedó acreditada por la mirada del agente que la descubrió, complementando su
mensaje y expandiendo el campo del contenido. Una imagen potenciada y emergente
por
efecto de la percepción o la similitud morfológica, según Dario Gamboni, que desata
nuevas asociaciones en la memoria, incrustada en otra imagen y sorpresivamente
resemantizada por efecto de la manipulación personal o la sugestión colectiva.8 Por obra del azar, la mente traduce
y produce "imitaciones" por un mecanismo análogo al que se establece entre
la semejanza y la cosa: una proyección. Por eso, en el plano de la aprehensión
visual, decía Ernst Gombrich, "la imagen accidental" imitativa ocurre
desde la psicología de la percepción o lo que él llamó "la aportación del
espectador" que no se desempeña siempre como un receptor paciente:
Lo que leemos en esas formas accidentales depende de nuestra capacidad de
reconocer en ellas cosas o imágenes que nos encontramos almacenadas en la mente.
El interpretar una mancha así como, pongamos por caso, un murciélago o una
mariposa, supone algún acto de clasificación perceptiva: en el sistema
archivador de mi mente lo pongo en la carpeta de las mariposas que he visto o
he
soñado.9
Entre las imágenes espontáneas y las accidentales hay también las
"manifestadas", pero no descifrables al común, que reservan sus códigos o
permanecen envueltas en un halo de misterio. Antes que imágenes completas o
explícitas son primero un conjunto de signos y su potencialidad depende precisamente
en asociarlos para que se reconstituyan en mensaje intencionado: un escopo o blanco
de atención general. Es obvio que los signos que derivan de una hierofanía van
más
allá de los sentidos o los procesos neurológicos, pero es indudable que para ser
transmisible el mensaje del numen tiene que atender las reglas del lenguaje y
a la
postre la concreción de un objeto. Según las categorías sistematizadas y
clasificadas por William Christian, la narrativa de las "apariciones" está
basada en signos encriptados, pero ineludiblemente éstos terminan materializándose
en objetos concretos que llamamos imágenes sagradas:
Que abarcan los signos (signum, señal), esto es, fenómenos que
pueden ser verificados de un modo independiente por los sentidos. Pueden ser
vistos por cualquiera que mire y percibidos por cualquiera que toque. La mayor
parte de las apariciones tardomedievales están "confirmadas" por
signos. Y en la España de comienzos de la época moderna, los signos, sin
visiones, llegan a ser la principal atracción.10
O en términos más antropológicos "objetos numinosos", según Rudolph Otto,
algo que está "fuera de mí", pero vivencial como "presencia"
autorrevelada: "Esas manifestaciones de hecho como esas apariciones de lo
sagrado en una autorrevelación palpable, son llamadas por el lenguaje religioso:
'signos' ".11 La exégesis
figural entre la Escritura y la cultura de los prodigios alentó una nueva literatura
regional panegírica, más aún, generó una afición, peculiar de los confesores y
escritores de florilegios marianos, que estaban al acecho de un jeroglífico, latente
o encriptado, como aquí, reservado desde su origen para verificar constantemente
el
milagro y sobre todo mantener "continuada" la trascendencia de su
mensaje.
Como se sabe, la imagen de la Virgen mexicana comparte uno de los estatutos más
elevados entre las imágenes veneradas por la cristiandad, tan sólo equiparable
a la
síndone de Turín; no obstante como objeto y materia, o para el
ojo escéptico, es un conglomerado de fibras naturales y colores minerales, vegetales
y animales. La paradoja es que, ahora mismo, todavía se mantiene potenciada, no
ha
perdido su aura de sacralidad, vive y se mantiene de esa cultura de los pro digios,
se cree que aún reserva a sus devotos arcanos insospechados, entre el misterio
y la
revelación, o como desde antiguo, cimentada en un discurso simbólico situado entre
el mito y la profecía. Un discurso, en suma, de significados poliédricos aplicados
por el exceso de devoción y que se mantienen en la mentalidad social, tal como
el
tópico más difundido y fundante de todos ellos: que se halla estampada por el
zumo
de las flores "transubstanciadas" y que posibilitaron su hechura
acheropoieta o sin intervención de la mano del hombre. De
hecho, la naturaleza de los pigmentos de flores llamó la atención de pintores
y
científicos desde la segunda mitad el siglo XVII no sólo por su manejo técnico
sino
por la rareza de que no se hubieran evaporado o disipado. Como se verá, las flores
eran un referente real o simbólico determinado por la voluntad de la Virgen, pero
problemático a los ojos de la ciencia y el arte, aún conforme avanzaba el Siglo
de
las Luces. Reales o fingidas, las flores todavía revelan la persistencia de un
arcaísmo y reconfiguran, en el discurso y la promoción del culto, distintas nociones
del tiempo que coexisten en el imaginario o transmiten una idea del tiempo ancestral
que anida y queda atrapado en las imágenes sagradas.
Entre el examen y el dictamen
Bien se sabe que el texto de Cabrera alcanzó el estatus de autoridad entre los
guadalupanistas de los siglos XVIII, XIX y XX y que su popularidad radicaba en
que
este "príncipe de los pintores" o "Miguel Ángel americano"
suscribía sus consideraciones negando a toda "humana industria" la
posibilidad de su hechura: no había aparejo, no se reconocía el arrastre del pincel,
la mixtura de sus cuatro técnicas pictóricas era nunca vista y ahora ese
ocho, que pudiera pasar como un defecto, aparecía como clave de
toda la imagen revelada. Pero salvo las fibras del soporte, los ligamentos aceitosos
y la hoja de oro hay que notar que Cabrera eludió referirse al origen mismo de
los
pigmentos, a lo más que llegó fue decir que la saturación del oro en las plecas
del
manto y los rayos se semejaba al polvillo de las "alas de una
mariposa".
La posibilidad de que llegara a mencionar su origen evidentemente mineral y no
orgánico pudiera acarrearle una contradicción difícil de zanjar, dada la tradición
milagrosa, pues era un hecho aceptado que las especies de la imprimación fueron
las
flores, señaladamente rosas de Castilla, las que suministraron la materia para
colorear e iluminar la imagen. En aras de evitar suspicacias o escándalos, pienso,
lo mejor para Cabrera fue no ocuparse del asunto o silenciar este tipo de análisis.
Ni por asomo se puede leer una inferencia sobre la naturaleza de los pigmentos,
lo
cual es más llamativo, ya que desde 1648 un sinfín de teólogos y oradores habían
dado a las flores del milagro un estatuto semejante a las especies transubstanciadas
de la Eucaristía. ¿Cómo hacer evidente, pues, si lo supo, que allí había hollín
de
ocote, grana cochinilla, carboncillo, cola, verde azul maya de malaquita, entre
otros?
Cabrera, al tiempo que callaba, reportaba un hallazgo en cifra y suma. En su calidad
de maestro de la pintura se permitía suscribir esta breve exégesis aunque
ciertamente sin tener licencias para ello. Lo hizo no sólo amparado en su piedad
personal sino muy posiblemente acreditado por su posición de profesor o facultativo
de un arte noble y respetable (semejante al de sus compañeros del protomedicato
que
otrora habían dictaminado sobre la imagen). Sin embargo, todo hubiera quedado
como
uno de sus tantos favores sumados a la causa guadalupana si no fuera porque en
1820
se publicó otro opúsculo, inédito hasta entonces, del historiador angelopolitano
Mariano Fernández de Echeverría y Veytia que reveló las verdaderas condiciones
del
análisis. Este autor también fue testigo presencial de la inspección en 1751 y
dejó
un testimonio de primera mano, el cual, sorprendentemente, atribuía para sí la
paternidad del hallazgo del ocho:
Ultimamente después de hechas estas especulaciones muy despacio, hallé otra par
ticularidad, hasta ahora no advertida en otro alguno, y es, que al lado derecho,
poco más debajo de la rodilla, tiene en la túnica un número ocho perfectamente
figurado. Como si fuese hecho con tinta y pluma gruesa, cuya particularidad hice
advertir al señor Abad y a los pintores, que todos la vieron, y convinieron
éstos unánimes en que era misterioso, porque a nada contribuye en la
pintura."12
Echeverría concluyó su obra hacia 1775, por lo cual se infiere que retuvo la
información más de veinte años. La corrección es de creerse y fue discreta, sin
reclamar a Cabrera la paternidad del hallazgo, propia de un hombre elegante y
erudito, historiador del México antiguo y viajero por Europa, amigo personal del
cronista de Indias Lorenzo Boturini y seguidor, junto con él, de la teoría de
la
historia de Juan Bautista Vico. En su manuscrito no se trasluce ningún desmentido
a
lo dicho por Cabrera, pero a diferencia de los silencios del pintor, Echeverría
y
Veytia volvía a abrir el expediente de los colores para afirmar, como se hizo
desde
1666, que la materia de la pintura sí estaba compuesta de flores y que sus
pigmentos, semejantes a una acuarela o tinte natural, se habían corrido o
transmigrado al envés de la manta, dejando perfilada otra imagen propíamente labrada
con flores (como se ha mirado tan pocas veces y hasta hace un lustro jamás
reproducida) (Fig. 4).13 Había, pues, dos imágenes elocuentes para
corroborar el milagro: la del haz nítida y con el diseño armonioso y la del anverso
propiamente estampada o mojada por los jugos de las flores. Ya el padre Francisco
de
Florencia, en el contexto de las informaciones de 1666, se había conmovido al
detectar la imagen del envés, y para su fuero interno, allí radicaba la sustancia
física del milagro (como se verá). Ésta fue la verdadera recontribución de
Echeverría y Veytia, ya que en efecto pudo ver la tilma del indio por detrás,
levantándola de su bastidor, junto a los pintores examinadores y el abad. Lo dijo
basado en la referencia documental de 1666 cuando tuvo lugar el primer examen
por
los artistas de entonces:
Quedó en ella pintada la Santa Imagen, y por la otra parte dibujadas las flores.
Con esta noticia, cuando logré la dicha de ver y tocar el sagrado lienzo fui
con
gran cuidado y curiosidad a reconocer ésta: mas no hallé otra cosa que las que
dejo referido y me ha parecido conveniente [que hay otra imagen por detrás]
declararlo así en obsequio de la verdad.
4.
Imagen del envés de la Virgen de Guadalupe, tomada
de Orozco, “Curiosidades científicas guadalupanas” (vid
supra n. 13). ©Foto: Emeterio Guadarrama.

Y a renglón seguido dejaba a los investigadores de la posteridad la emocionante ¿o
escéptica? tarea de averiguarlo: "Puede que [desde] aquellos tiempos [de 1666]
se manifestase este otro prodigio, que ahora ha cesado, así como
ahora se ha descubierto el número ocho del que hablé arriba que nunca se había
descubierto."14 En
conclusión: tan sólo en 1666 y 1751, que se sepa, alguien se pudo asomar al reverso
y sólo unos cuantos han podido contemplar la imagen gemela, compuesta de manchones,
pero tenida como la más legítima para probar la estampación por zumo de rosas,
que
habría teñido e impregnado las toscas fibras de la tilma.15 Una imagen que, como hemos dicho, hasta hace
poco permanecía "cesada" y ahora ha empezado a circular de manera
imprudente, ya que sin estudios matéricos formales y consistentes, no sabremos
si se
usará para abonar o descalificar el tradicional prodigio de la pintura.
La disyuntiva entre la procedencia mineral o vegetal de los pigmentos, o incluso que
fueran procesados, como se aprecia, no era un escollo menor para los apologistas
y
hasta la fecha es una pregunta que sigue en el aire o guardada bajo llave. Bien
lo
advirtió el jesuita Francisco de Florencia, que aunque pudo o no estar en la
inspección de 1666, sí confesaba haber contemplado junto con el canónigo Francisco
de Siles el Sagrado Original por el envés y haber palpado sus manchones de tintura
orgánica. Desde luego era difícil desmentir las aseveraciones del jesuita, sobre
todo ponderada esa imagen tan anómala que era prueba patente de que se trataba
de
"un milagro continuado" estampado en flores:
Este día puse atención en el revés de la sagrada pintura y se la ayudé a poner al
dicho don Francisco de Siles, que fue quien me la hizo mostrar y a otros, y
todos convenimos en que en lugar de la imagen que había de salir en sombra, por
ser tan rala la manta, lo que se veía eran unos manchones de colores, como del
jugo exprimido de varias flores y hojas de ellas, de suerte que nos parecía que
se distinguía el verde oscuro de las hojas de la azucena, el blanco nevado de
ella, lo morado del lirio, lo sonrosado de la rosa, lo azul de la violeta, lo
amarillo de la retama, mezclados los uno y otros con distinción y separados con
una inconfusa mixtura en que estuvimos algún rato admirándonos y notándolo,
señalando en los colores cuál era de esta rosa y qué de aquella.16
Esa contraimagen marial resguardada a la vista y reservada para la calidad de un
nuevo aprecio, se ha divulgado ilusamente luego de 350 años, vulnerando el celo
de
generaciones, el decoro de las autoridades, la tradición de sus custodios y el
estatuto tan elevado de una imagen sagrada, paradójicamente la que se cree la
más
sagrada de la cristiandad.
Copias auténticas, facsímiles imposibles
A partir de 1751, los subsecuentes "verdaderos retratos" salidos del taller
de Cabrera y de sus coetáneos no sólo llevaban un colorido distinto, más vivaz
y
menos terroso, gracias a los registros de las templas, sino el distintivo de esa
nueva cifra recostada o ese número ocho que los identifica y los
signa, literalmente, como auténticos facsímiles y con apego a los detalles. Esto
además data las copias en un tiempo real y ancestral, merced a las interpretaciones
de una fecha de origen celestial. De tal manera, los historiadores del arte
actuales, metidos a la práctica del expertise, hemos podido fechar
las copias posteriores a 1751 con mayor precisión. Ya que, ciertamente, ni Juan
Correa, ni los hermanos Rodríguez Juárez emplearon semejante cifra e incluso para
otros artistas, ajenos a la interpretación de Cabrera, no dejaría de ser un manchón
que afearía el conjunto de la obra. O en palabras de Echeverría: "Porque a nada
contribuye a la pintura". Ahora mismo conozco a varios restauradores que,
igualmente ignorantes de esta tradición de fidelidad y piedad, borran o recubren
el
ocho para quitar, paradójicamente, su mejor certificado de
autentificación y que proclamaba desde entonces que se trataba de una "copia en
todo sacada del original".
Tampoco deja de sorpender la forma tan temprana y eficaz como se divulgó este
descubrimiento, incluso del otro lado del Atlántico. Ya en 1754, en Aus-burgo,
los
afamados hermanos Klauber abrían una gran lámina para celebrar el reconocimiento
pontificio del papa Benedicto XIV al patronato de la Virgen sobre el reino de
la
Nueva España, a pedido, desde Roma, del procurador jesuita de la Nueva España.
En
tan exquisita y complicada alegoría, uno de los mejores ejemplos del gusto rococó
de
esa escuela de Baviera, se luce un ocho en la túnica de la
Guadalupana, apenas tres años después de haber sido reportado por los dictaminadores
y dos años antes de publicarse en la prensa el dictamen cabreriano (Fig. 5). Es sintomático que el pontífice, con su
dedo índice de expresión admonitoria, parece muy complacido en señalar el punto
en
que está trazada esta cifra y que conoció mediante una fiel copia realizada por
el
mismo Cabrera. El procurador aseguraba que, a la vista de la imagen, Benedicto
XIV
despejó todas sus dudas sobre el milagro antes de conceder la bula, el breve y
su
apotegma respectivo, obsequiado con un sentido de distinción a los habitantes
de la
Nueva España y tomado del libro de los Salmos: non fecit taliter omni
natione [No hizo nada igual con ninguna otra nación].
5.
Detalle del ocho, ilustracion en escala de grises
basada en la impresión en papel del grabado en metal: Joseph Sebastian
Klauber y Johann Baptist Klauber, grabaron, Alegoría del
patronato de la Virgen de Guadalupe sobre la Nueva España,
ca. 1754-1758. Coleccion Museo de la Basilica de
Guadalupe, Ciudad de Mexico. Dibujo: Fernando Herrera.

En otro lugar se ha estudiado cómo Cabrera llegó al grado de reinventar una
iconografía peculiar, compensatoria y osada: el taller celestial u obrador
trinitario. Una escena complaciente en que la personificación del Padre Eterno
daba
los últimos toques al lienzo antes de ser transportado y comisionado, por los
ángeles, al neófito indio Juan Diego (Fig. 6).
El deus creator et artifex tampoco tenía empacho en suscribir el
ocho como data de su propia creación (incluso idea divina del
misterio de la Inmaculada antes de que María fuese conocida en cuerpo en Nazaret).
Conozco al menos tres casos de este tipo iconográfico en que aparece el
ocho en el mismo sitio en que lo detectó el "Miguel Ángel
mexicano", y con lo cual, obviamente, el significado concepcionista de estas
alegorías se potenciaba. Incluso, la cifra bien podía haber sido escriturada desde
el origen de los tiempos, cuando la omnipotencia divina ideó e inventó a esta
Segunda Eva sin mancha de pecado y, más tarde en 1531, cuando se hizo realidad
en
imagen durante su aparición en Guadalupe (por descabellada que parezca era una
de
las tesis favoritas de los oradores novohispanos).
6.
Detalle del ocho, ilustracion en escala de grises
basada en la pintura: Juan Patricio Morlete Ruiz (atribucion),
El padre eterno pintando a la Virgen de Guadalupe,
segunda mitad del siglo XVIII, Colección Museo de la Basílica de
Guadalupe, Ciudad de México. Dibujo: Fernando Herrera.

Merced a las afirmaciones cabrerianas, el ocho incrementaba aún más
el tema de lo inefable o la idea de que el Sagrado Original resultaba inimitable
a
la destreza de los pintores, y que sus copias, por más expertas y meticulosas
que
fueran, al cabo no lograban producir el mismo efecto de maravillar y conmover,
según
los presupuestos de la hipotiposis o de la función retórica de hacernos creer
que
estamos delante de un prototipo en vivo y de visu y no de una
imagen de reemplazo o sustitución. Desde mediados del siglo XVII, ya se decía
que
sólo los pintores indios, hermanos de raza de Juan Diego, tenían el don de trasladar
el modelo lo más aproximado a su original.17 Los esfuerzos de Cabrera -y de otros pintores más- por
copiarla con el registro de las templas y un calco terminaban ofreciendo un pálido
remedo y los oradores repetían esto como lugar común. O la consabida expresión
de
que a todas las copias les "faltaba un no sé qué" para así resolver, por
indeterminación, que los sentidos eran incompetentes para apreciar en todo su
celestial belleza. Imagen inimitable porque es del cielo, cuan irremplazable por
"sin segunda" en la tierra, o porque de plano se halla
"sacramentada" por la consagración de las flores. A este discurso
ditirámbico y complaciente se subordinaba la teoría de la pintura. Pero no deja
de
ser paradójico que ya por entonces, luego de que Cabrera suscribiera su casi total
"rendición", se dejaran sentir las primeras inquietudes por su paulatino
deterioro o posible desaparición (que de alguna manera ya negaban ese estatuto
de
"lo inefable").
El dictamen cabreriano dejó una larga cauda de admiración y reconocimiento para su
autor y se hizo amplio uso de sus facultativos saberes; pero también abrió la
puerta
a las dudas metódicas del Siglo de las Luces y, desde luego, a una escisión en
la
sostenida tradición o en la otrora unánime y universal aceptación del milagro.
El
eminente doctor criollo José Ignacio Bartolache ha sido en la historiografía
guadalupana el primer escéptico declarado o quien, al menos, no se pronunció con
la
contundencia acostumbrada, y desde los recursos de la ciencia moderna -y la
experimentación pictórica-, dejó más dudas que respuestas satisfactorias pese
a que
su opúsculo publicado en 1790 se llamó, paradójicamente, Manifiesto
satisfactorio (fue una edición póstuma de un proyecto comenzado en
1786). Con la anuencia del abad realizó tres inspecciones a vidriera abierta,
acompañado de un notario y cinco pintores de lo más calificados y cercanos a la
Real
Academia de San Carlos. La inquietud principal de este médico, astrónomo y
matemático de la Real y Pontificia Universidad fue demostrar que el tejido del
lienzo no era de fibras de maguey o ixtle, sino de una pita más
tersa o palma llamada iczotl (que facilitaría la estampación) y
para ello fabricó dos tilmas de cada material, y las hizo pintar sin aparejo
"pelo a pelo" para demostrar (lo que finalmente le ganó el enojo de
muchos) que por más delgada que fuese, la imagen sí tenía imprimatura o aparejo
y
que la capa del indio era más suave y receptiva de lo que se pensaba.
En una de las láminas grabadas incluidas en su libro no sólo dio cuenta del dibujo
botánico del iczotl, sino que con la frialdad de un científico tomó
el calco del número 8, y declaró al pie de ilustración: "Tamaño y figura del
rasgo que le pareció al Maestro don Miguel Cabrera ser un
misterioso número 8 en Nuestra Santa Imagen Guadalupana" (Fig. 7). Para rematar su ninguneo a Cabrera, "preguntó
también, ¿qué les parecía del número 8 de que habla don Miguel Cabrera en su
Maravilla americana, si es cosa especial o no?
7.
Anonimo novohispano, Iczotl, ca.
1787, 18.3 × 13.5 cm, tomado de Bartolache, Manifiesto
satisfactorio (vid supra, n. 18),
[107].

[Los pintores] Respondieron que no es cosa especial, y le copiaron
idéntico".18 Pregunta
consignada en acta notarial del 1 de marzo de 1787 certificada por Joseph Antonio
Morales, escribano de su majestad.
La ciencia de la Ilustración, de un plumazo, redujo a la nimiedad las barrocas
elucubraciones de Cabrera, publicadas cuatro décadas atrás, y de alguna manera
desacralizó la imagen -o más bien escandalizó a los criollos-, al poner en duda
el
valor de esa data tan fervorosamente creída y puesta de rigor en las verdaderas
copias y que, a petición popular, no podía excusarse. La inclusión del
ocho no sólo era para embelesarse en sus secretos, sino para
certificar su circulación a plenitud, datar y vincular todavía más la función
de la
imagen como icono. Llama la atención la difusión de esta práctica no sólo entre
los
copistas cultos y académicos sino aun entre los populares y periféricos a la Ciudad
de México; así, el ocho se reprodujo a tal grado que alcanzó rasgos
descomunales, desproporcionados o caprichosos (Fig.
8). Sin contradicción algu na y para favorecer a su clientela, el
ocho estuvo patente en los trabajos de los estrictos directores
de la Academia de San Carlos de 1781, e igual en sus antagonistas los artífices
de
las tiendas de los "tratantes" o imagineros que gustan de confundir esta
cifra entre el dorado de los arabescos a modo de un encaje.19 Todo, desde luego, quedaba certificado por las
inscripciones que dicen contener las medidas exactas, los detalles y, en casos
más
privilegiados, el hecho de que la copia había sido tocada a su Sagrado Original
(estimulando el principio de la inmanencia o de las cadenas de simbolización
sacralizada de su prototipo). Incluso en la escultura no es raro hallar este
guarismo entre el estofado, también en una forma minúscula en los escudos de
profesión de una monja o, todavía más sorprendente, en el pespunteado en los
bordados o dechados femeninos. Este hábito entre la devoción y la admiración no
decayó entre los artistas de la Academia durante el siglo XIX o los provincianos,
lo
mismo en la estampa popular de Vanegas Arroyo, como veremos, y hasta un pintor
reconocido del muralismo mexicano, como Jorge González Camarena, metido a ilustrador
para cromos de calendario, todavía mantenía la costumbre gremial de insertar la
cifra hacia la década de 1940 (Fig. 9).
8.
Mosaico de detalles con el ocho, tres pinturas, una
escultura y dos grabados, nótese que los grabados provienen
significativamente de las obras de Bartolache y Posada: a-d) anónimos
novohispanos, Virgen de Guadalupe, siglo XVIII.
Colección particular, Ciudad de México; e) José Guerrero, dibujó, Tomás
Suria, grabó, Nuestra Señora de Guadalupe de México. La más
semejante a su original, 1790, 15.7 x 10.3 cm, tomado de
Bartolache, Manifiesto satisfactorio (vidsupra, n. 18);
f) José Guadalupe Posada, Coloquio para celebrar las cuatro
apariciones de la Virgen de Guadalupe, 1913, 17 x 10 cm.
Colección particular, Ciudad de México. Fotos: Fernando Herrera.

9.
Detalle del ocho en Jorge González Camarena,
Milagro del Tepeyac, 1947, 200 x 163 cm. Colección
Galas de México, Ciudad de México. Cortesía Museo Soumaya. D.R Jorge
González Camarena/ SOMAAP/México/2017.

Debate numerológico, mitos proféticos
El fraile Servando Teresa de Mier predicó un sermón en la Colegiata de Guadalupe en
diciembre de 1794, en el que aseguraba que la tilma de Juan Diego era nada menos
la
capa talar del apóstol santo Tomás, un legado de su paso por este continente en
el
siglo I y la imagen impresa, por tanto, un retrato fiel de María realizado en
Éfeso,
aún en vida de la misma y antes de su Asun ción a los cielos. Ya se sabe que sus
audaces tesis iban encaminadas a legitimar la más ancestral antigüedad y el origen
apostólico de la imagen y, de paso, a descalificar la causa eficiente de la
Conquista y evangelización por obra de Patronato Real. Al acreditar que la llegada
de la palabra de Dios y la revelación fue un mandato universal de Jesucristo,
que
tuvo lugar de manera simultánea en todo el orbe, no sólo cuestionaba la tradición
aparicionista de 1531 sino que iba más lejos al colocar la imagen del Tepeyac
en un
estatuto superior a cualquier icono lucano o pintado por el evangelista Lucas:
se
trataba de un autorretrato. Era obvio que el ilustrado arzobispo de México se
escandalizara por estas afirmaciones no sólo por descabelladas sino por su peso
mítico y profético. Entonces emprendió la persecución y represión en contra de
este
locuaz dominico que hasta entonces se había desempeñado como orador consentido
en
los fastos oficiales. Al predicador se le sometió a un juicio acusado de iluso,
escándalo y desacato. Acabó en prisión y una vez confiscados sus papeles se le
exilió a España (para quedar incomunicado en una celda de su orden en las montañas
de Santander). Escapó cinco veces de sus reclusiones, pasó por Lisboa, París,
Roma y
Londres, regresó a la Nueva España dos décadas después para avivar e impulsar
la
guerra de Independencia. Mier fue diputado constituyente y benemérito de la patria,
su cuerpo, hallado momificado, se le vendió a un circo y terminó exhibido en un
diorama en Buenos Aires en 1867.20
Entre los argumentos más contundentes para probar sus asertos, acerca del
cristianismo antiguo (más allá de las etimologías y la refuncionalización de los
mitos indígenas), no dudó en volver sobre el número ocho que
identificó, acomodaticiamente, con un signo de la lengua asirio-caldea y, desde
luego, como ideograma tomasino. A mitad de su pieza, en el día más solemne de
la
fiesta guadalupana, así lo espetó para pasmo y sensación de su auditorio:
Y todo esto ya me parece apoya que la imagen de nuestra señora es pintura de los
principios del siglo primero de la Iglesia, aunque su pincel es superior a toda
humana industria, como que la misma Virgen María viviendo en carne mortal se
estampó naturalmente en el lienzo.
Cuarta proposición:
Entre las razones que ocurren para probar [...] quiero referir sino las que
ministra a nuestros ojos la misma imagen. Veis que sobre el pie derecho a poca
distancia tiene uno que ha parecido número 8, aunque por estar abierta una de
sus esferas figura mejor una tenaza. El piadoso pintor Cabrera lo discurre
misterioso y que o nos recuerda que apareció en la infraoctava de su Concepción
o que es su pintura la octava maravilla. Bartolache con sus pintores afirma por
el contrario, que no es cosa especial [la primera versión dice: "que no es
cosa especial, sino, tal vez, un rasgo residuo de mano atrevida" (nota de
Edmundo O'Gorman)] ¡Ah, uno y otro se engañan! Es una letra o carácter
sirio-caldeo, idioma nativo en que hablaban y escribían los apóstoles. Luego
la
imagen es del tiempo de Santo Tomás, y lo particular sobre el asunto es que
tengo el mismo carácter escrito dos veces en la orla de caracteres sirio-caldeos
que tiene la cruz impresa en mármol con sangre de Santo Tomás, y descubierta
en
la ermita donde oraba cerca de Meliapor [en la India], antigua corte de
Coromandel, donde se halló su cuerpo; ¡cosa de notar! Al mismo tiempo que acá
se
concluyó la conquista que tan puntualmente predijo. Tales caracteres de aquella
cruz estuvieron como exóticos ignorados veintinueve años, hasta que fueron
interpretados a solicitud del obispo de Cochin, y remitida la interpretación
al
rey don Sebastián, la aprobó de comisión especial de la Silla Apostólica el
infante cardenal don Enrique arzobispo de Lisboa. Ojalá, ilustrísimo señor [se
dirige al arzobispo de México allí presente], que vuestra excelencia también,
pues posee ese idioma, reflejando en ese carácter, nos sacara de dudas con su
interpretación. Yo no la atino, ingenuamente, ni por cotejo con los otros
caracteres de la cruz, porque este idioma contiene muchas cláusula en una sola
letra, y aun en solas cuatro está toda la salutación angélica, con la que,
traducida del mismo sirio-caldeo concluiré yo mi sermón en memoria a nuestra
Señora de las muchas veces que se la rezaría su santo apóstol Tomás.21
Estas argumentaciones eran todo un desafío que, de frente e in situ,
lanzaba fray Servando al arzobispo Núñez de Haro. O casi una provocación ya que
interpelaba a su erudición en lenguas y arte glífica y, sin duda, esta manera
de
retarlo pudo ser el momento de mayor irritación para Su Ilustrísima. Al cabo,
motivo
de incomodidad y venganza: el proceso en su contra resultó fulminante y humillante
para el predicador, una verdadera persecución pues vivió más de una década a salto
de mata. Bien visto, situado entre el desafío de un criollo en contra de los
peninsulares, un desplante de insolencia y desvarío en agravio de las mentes
ilustradas. A través de este pasaje, nada inocente o cándido para las estrategias
del fraile decidido a atacar a los gachupines, se dejaba ver la manera tan
coercitiva con que quiso involucrar al arzobispo (autoridad que validara sus
pesquisas), para ganar, así, el beneplácito diocesano. Entre las líneas de este
sermón también se notan las tensiones y enojos que dejaron las conclusiones
escépticas del doctor Bartolache y una red de intereses criollistas. La averiguación
demostró que detrás de esta pieza estaba un anticuario y experto en jeroglíficos
mexicanos: el licenciado Ignacio Borunda, que asesoró al fraile. Ambos apostaron
por
usar un expediente mítico y críptico que era una respuesta casi desesperada por
salvar el honor de la imagen y llevar agua al molino propio de su condición cultural
o restañar un orgullo local atacado por el jansenismo, la ciencia y el ataque
ilustrado a las creencias.
De hecho, este lance demuestra que el asunto del ocho ya se había
vuelto un exceso incómodo para la mentalidad cambiante de la Ilustración: de ser
posiblemente un indicio viquiano y universalista según el escrutinio de Echeverría,
había pasado a condición de engañifa maliciosa. Sin embargo, fray Servando todavía
en sus cartas al cronista real de Indias, Juan Bautista Muñoz, reivindicaba su
prestigio intelectual y, aunque ya negaba la aparición guadalu-pana de 1531, en
cambio, seguía sosteniendo su tesis sobre la predicación antigua de santo Tomás
y el
número ocho volvió a ser un argumento validado. En esa ocasión
reveló cuáles habían sido sus apoyaturas documentales: el anticuario jesuita
Athanasius Kircher y el cronista agustino Antonio de la Calancha. Volvió a insistir
en las evidencias glíficas de la cruz de Meliapor, reportada por los jesuitas
de la
India y bien conocidas gracias al grabado de Kircher, pero también quedaba claro
que, por los consejos de Borunda, descifraba un grabadito tomado de la crónica
peruntina de De la Calancha, que mostraba las huellas del apóstol, y era la mejor
prueba para validar sus asertos (Fig. 10):
Dije en el sermón que tal vez haría al caso de la proposición que estoy probando,
el famoso número 8 que la imagen tiene al pie. Ello puede ser una casualidad;
pero también puede ser alguna cifra o resto de un letrero siro-caldeo, porque
sin duda ni es número 8, como lo llaman, sino un carácter de dicha lengua, que
se ve en la orla de la célebre cruz de Santo Tomé en Meliapor, explicada de
orden del cardenal D. Enrique, infante de Portugal. El mismísimo se halla en
la
famosa piedra excavada en China, relativa a la predicación de san Bartolomé en
el siglo séptimo, explicada en Roma por el padre Kircher. De esta misma lengua
parecen ser las inscripciones grabadas sobre piedras, que se hallaron en ambas
Américas, con tradición de ser relativas a la predicación de Santo Tomé [...]
El
P. Calancha grabó una [...] Estas cosas debieran haber merecido y merecer más
atención, que las de alborotar al populacho ignorante.22
10.
Detalle del ocho en La cruz milagrosa del
apóstol Santo Tomás en Madrás (Maliapor), India, 30 x 20.5
cm, en Atanasio Kircher, La Chine d'Athanase Kircher de la
Compagnie de Jesus: illustrée de plusieurs monuments tant sacrés que
profanes et de quantité de recherchés de la natura et de
l'art, trad. François-Savinien d'Alquie (Amsterdam:
Johannem Jansonium & Elizeum Weyerstraet, 1670) [encarte entre las
páginas 74 y 75]. Colección particular, Ciudad de México.

Nótese que Mier ahora introduce el factor de "la casualidad" en la hechura
del ocho guadalupano, pero no deja de aferrase a la lectura que De
la Calancha había hecho de uno de los famosos petroglifos del pueblo de Calango,
al
sur de Lima, y esa huella del pie tomasino estaba certificada por unos caracteres
que el mismo apóstol "pintó con el dedo, unas griegas y otras hebreas". En
el calco de esa losa, borrada por un visitador del arzobispo de Lima para prevenir
idolatrías, se declaraba como "piedra donde se paró la estrella"
(anunciando el Tepeyac de México) y en las XX unidas estaba la reiteración de
ese
mismo ocho (que dejaba de serlo como guarismo arábigo) pero que era
el ideograma del nombre del apóstol dubitativo y predicador andariego. Queda claro
que entre los desplantes de un erudito a la violeta y la
incomprensión de la jerarquía, "el populacho" seguía ajeno a las disputas
de los letrados y sus territorios de poder (Fig.
11).23
11.
"Dibujode la coyor sayana que quiere decir
piedra donde se parava la estrella", en De la Calancha,
Crónica moralizada (vidsupra n. 23), 742.

Figuras espontáneas, materia accidental
La más fuerte reprimenda a Bartolache, aunque pòstuma, corrió a cargo del canónigo
cubano Francisco Xavier Conde y Oquendo. En 1796 escribió en dos tomos una obra
apologética, tan obsesiva como incriminatoria, para responder al breve opúsculo
del
matemático universitario. Nótese el tono y el destinatario de sus palabras: quien
por su "osadía y descaro" y "falsedad desfachatada", intentaba
"deslucir la pintura y desmentir a Cabrera, cara a cara y en
público".24 En esta
empresa de restitución se auxilió de un discípulo sobreviviente de Cabrera, el
maestro José de Alzíbar, quien no por casualidad quedó excluido de la
"pandilla" o "turbamulta" de artistas convocados por Bartolache,
obviamente porque iría predispuesto como juez y parte desde su anterior conformidad,
dada en el dictamen de 1751. Esta nueva colaboración entre autor y pintor
"decano" era para exculpar al difunto Cabrera de la interpretación hecha
del ocho mediante el recurso de maximizar los errores del
contrario, minimizando el desliz de Cabrera: "El Dr. Bartolache que con varios
escribanos al lado, se iba a cada rato al Santuario y andaba buscando menudencias
ridículas en que ocupar la fe pública, como es aquel rasgo tirado por el campo
de la
Imagen, que figura un número ocho"; en cambio, lo acusaba por no detenerse en
el análisis de la transparencia y ligereza del soporte en tanto verdadero misterio
de la práctica de la pintura.25 A
explicación no pedida, confesión manifiesta y de parte: Conde escribió un capítulo
entero para descargar a Cabrera de un desliz que ya estaba en boca de todos. Para
eso pintaba al doctor en medicina como un insolente y cosquilloso petimetre que
se
cebó con "las piadosas exageraciones" del pintor y se detuvo en
"preocupaciones vulgares" para hacer "índice" de un
"guarismo [...] con cierto airecillo de victoria, de triunfo".26 Para todo lo cual dispuso una
"diligencia tan pomposa y tan prolija que se origina únicamente del prurito de
impugnar".27 Fue tan
vehemente su apología que, sin percatarse, el mismo Conde quedó autorretratado
o
proyec tado en sus dicterios tan viscerales y nada razonables. Un ejemplo de su
prosa exculpatoria: "Una cosa es mirar como mística alguna señal
extraordinaria, y otra cosa muy diferente es hacer misterio de ella, o hacerla
servir a descifrar algún concepto oculto de verdad celestial."28
Para empezar, reivindicaba las cualidades como persona moral y facultativa del
artista que estaban respaldadas por su identidad como pintor cristiano, cobijado
bajo el tópico, tan valorado por el Concilio de Trento, del predicador mudo:
"Ni Cabrera era un pintor supersticioso" ni se le podía rebajar en su
estatuto de facultativo o profesor: "¿Y qué, yo pregunto, a un hombre tal, en
cuyo estilo resplandece tanto la elocuencia [fuese prestada o de casa] no se la
ha
de dar permiso para tirar un rasgo panegírico y lucir el talento, con la gala
de un
precioso y gentil concepto, muy ajustado a las circunstancias del tiempo de la
aparición y a lo maravilloso de su Imagen?"29 Todo quedaba acomodado y justificado bajo la licencia
poética:
¿Qué historiador, qué orador, aunque sea del genio tan grave y serio como el de
Cicerón, ha tenido el valor para desperdiciar un equívoco, renunciar a una
antítesis, una paranomasia, u otra de las figuras retóricas placenteras y
regocijadas, que en la efervescencia de su imaginación, le hayan venido
casualmente a la pluma, y deben mirarse como flores que se encuentran al paso,
en medio de la carrera de la oración? Pues yo pregunto, ¿por qué no ha de ser
lícito a Cabrera amenizar su leyenda con la sal y la gracia de un conceptillo,
no menos religioso y erudito, que obvio y oportuno, como el acomodar el guarismo
8?30
Para rematar su catilinaria: lo de Bartolache era una "desvergüenza"
infamante, ya que había levantado la sospecha de que atrás de la pluma "lega y
doméstica" de Cabrera estaban los jesuitas moviéndole la mano y manipulando en
favor de sus propios intereses. En suma, el Manifiesto
satisfactorio había desdorado "la probidad y habilidad" de un
pintor noble y además reconocido como profesor facultativo. Por eso aquella nota,
al
pie del grabado del iczotl, con el ocho calcado le
pareció hija de una "crítica agria y dura, ¡una inscripción
calumniosísima!" hija de unos "cinco pintores que llevaba siempre en la
grupa y son los que resuelven en tono magistral y decisivo, que el número
ocho no es cosa especial".31
No por acaso a los pintores-analistas los llamaba "pandilla de oficiales",
conformando una "comitiva de ladrones" o "turbamulta de
delincuentes" y algo había de razón en su desquite. Ya que, más allá de su
inquina, el apologista cubano llegó al grado de denunciarlos por cometer un atentado
a la inte gridad de la imagen, casi un sacrilegio. Durante una de las examinaciones
-y de manera subrepticia y tramposa-, los maestros de Bartolache rasparon con
un
instrumento punzocortante varias capas de pigmentos del Sagrado Original con el
propósito de comprobar si había aparejo:
Y se pasó a cometer a espaldas del Abad, en atentado de envalentar a uno de sus
oficiales de pintura, a que con la punta de una navaja raspase el extremo del
ala izquierda de serafín [...] Acción delincuente en realidad, digna del más
severo castigo, que al mismo tiempo desemboza el sistema fraudulento de
Bartolache, y hace sacar la cabeza al mal espíritu que gobernaba en todas estas
operaciones guadalupanas, pero que logró esconder bajo el falso relumbrón de
piedad y devoción, con que fue fácil engañar a hombres bondadosos y penetrados
de sencillez y caridad cristiana.32
Para terminar, Oquendo también subsanó los incómodos silencios de Cabrera respecto
a
la procedencia de los pigmentos y aceptó que pudieran ser de origen natural, incluso
no sólo orgánicos, propios de las flores, sino aun los minerales o procesados
por el
hombre porque finalmente los ángeles-oficiales los tomaron como productos partícipes
de la creación divina y se valieron de ellos para ejecutar sus designios: "Si
tal vez criando los colores o valiéndose de los naturales o usuales. Si por ventura
sirviéndose de los que sacamos de la tierra y sus minerales, o del jugo de las
flores." 33 Este último
argumento estaba afianzado conforme a "las pruebas preternaturales" que
pedía santo Tomás de Aquino, para aceptar milagros como "señales
permanentes", y el asunto central no estaba en la naturaleza de los colores,
precisamente, sino en el modo de obrar y disponerlos "sin detención del
tiempo" y desafiando el orden de la naturaleza.34 Con lo cual, sin percatarse de la contradicción,
dejaba sin valor la afirmación de los pintores de 1666 que declararon: "El
lienzo por sí y por lo que es pintura, es el más auténtico testimonio del milagro,
en un modo tan soberano e incomprensible, que no se puede explicar con la
materialidad de nuestro estilo".35 En suma, sin decir una palabra de qué especie de
colores se trataba, o de su mixtura y procedencia, este autor aseguraba que la
Divina Providencia "lleva a cabo sus efectos", sirviéndose de "las
cosas que ha criado como autor de la naturaleza". Al denunciar finalmente el
disimulo, la ligereza, el atentado y la impostura del Manifiesto
satisfactorio, Oquendo pensaba que con su apología colocaba para
siempre "un candado de hierro en las bocas de Bartolache y su
pandilla".36
Fray José María Téllez Girón, otro impugnador de Bartolache, igualmente captaba la
posición problemática en que había caído Cabrera al consignar, amplificar y
significar el ocho y, antes de que esto acabara como burla o prueba
de un desliz o desmesura, se apresuraba a absolver al artista con bastante
indulgencia. El caso es que en su Impugnación de 1792 intentó
exonerar a Cabrera de haberse metido a la exégesis mariana:
Es verdad que el primero que produjo la especie del número 8 fue el pintor
Cabrera, pero esto no lo asienta como verdad ineluctable que deben todos dar
entero crédito. Aquella producción no pasó de un juicio piadoso, que ni al
inventor le hizo creer era un signo indeleble como el carácter que traía la
sagrada imagen consigo [...] cada uno es árbitro para juzgar sobre lo que ve,
y
no por esto quiere que vean todos del mismo modo.
Pero lo llamativo en la reivindicación de este franciscano, en pro del prestigio del
facultativo pintor, era que se basaba en un argumento del todo simple, real y
consecuente, a mi juicio, es el único que hasta la fecha puede pasar como
sistemático y probable, que a diario todos experimentamos como fenómeno de la
percepción visual y que nos permite configurar el tipo de las imágenes
espontáneas:
Cuántas veces por modo de recreación nos ponemos a mirar las figuras que van
haciendo las nubes al formarse, y la que a mí me parece un Santiago a caballo
otro la juzga por un dragón con su cola. Lo mismo, con proporción hablando,
pienso le suceda a nuestro Cabrera. Especulaba la sagrada imagen todo individuo
en dominar la pureza que representa de su concepción, y llevado de su devoción
o
piedad juzgó algún misterio representado en aquella labor que le pareció número
ocho, y a los pintores de Bartolache, garabato. Pero no es digno de crítica ni
de una discusión exacta en el examen.37
Bajo el lente del microscopio
Los "colores resudados por el envés trastornando las leyes de la
naturaleza" han sido motivo de conmoción y la última vez que esto sucedió (de
la que tengo noticia) fue la noche del 27 de septiembre de 1982, cuando el
restaurador José Sol Rosales realizó una intervención de consolidación y limpieza
superficial al ayate a iniciativa del maestro Jorge Guadarrama, conservador de
la
imagen y director del Museo de la Basílica de Guadalupe. Todo, desde luego, en
presencia del entonces abad monseñor Guillermo Schulenburg y su arcipreste.
Trabajaron hasta las primeras horas de la alborada para no retirar la imagen del
culto y con el debido sigilo para evitar "el alboroto". Entonces
desmontaron el contramarco, el viejo estuche de acrílico de 1976, casi medio
centenar de clavos tachonados que tensaban el lienzo y se aplicó una sustancia:
Beva
371 para consolidar tan endeble soporte, y así pudo verse, por tercera vez en
la
historia, el envés de la pintura y sus colores reventados. O una suerte de manchones
que, en efecto, se habían corrido traspasando la delgada capa de preparación y
las
fibras de la manta. Entonces se realizó la primera foto de esa otra "Virgen de
las flores" y que, como ya hemos explicado, había permanecido censurada para
evitar otra "conmoción". Luego de su reporte sobre el estado
físico-químico del lienzo y los pigmentos, José Sol Rosales consignó escuetamente:
que carecía de barniz, que era difícil encontrar huellas del arrastre de pincel,
debido a las técnicas del aguazo usado en las sargas con "el lienzo humedecido
para facilitar la fijación del color [y que explicaban también] el fenómeno del
sangrado" en el envés. Había otras dos especies de temple: el de cola en el
resplandor y el de resina en las manos y rostro (no precisamente óleo) que es
la
parte más lustrosa. Los paños, como aseguraba Cabrera, estaban trabajados con
otra
modalidad conocida como temple labrado a base de cola y oro molido. La paleta
era
restringida e incluso había negro de hollín del humo obtenido del bagazo triturado
del corazón de la mazorca del maíz (olote). Era notable la presencia del azul
tenido
como de origen maya pero logrado por carbonatos de cobre o azurita. Era el mismo
y
desconcertante color verdemar extraído de los preciosos chalchihuites, según lo
ponderaba equivocadamente Conde y Oquendo. El bermellón de la túnica se logró
con
"azufre y mercurio y el carmín de la cochinilla mexicana", avivando el san
grado posterior. Entonces también ambos pusieron punto final a la discusión entre
magueyistas (ixtle) y palmistas (iczotl) abierta
por Bartolache al comprobar que el soporte no sólo tenía una imprimatura blanca,
lechosa e irregular sino que se trataba de fibras liberianas con características
de
cáñamo (tal como en otras sargas) y posiblemente extraído de los primeros cultivos
importados.38
En el apartado "materiales extraños a la obra" reportaron diversas manchas
por salpicaduras de cuerpos incandescentes o sólidos, específicamente tres de
cera.
De entre las cuales era difícil saber si el ocho se había formado
mediante un hilacho salido de la urdimbre e impregnado de ambos accidentes. Esta
mixtura de fibra y adherente, por cierto, no es la mancha de volumen y diámetro
más
gruesa entre todas las que tachonan y afean la tilma por descuidos e imprudencias.
En suma, 230 años después de la inspección de Cabrera, los restauradores mencionados
tampoco pudieron comprobar mediante el microscopio si el ocho
estaba formado de un derrame de cera de Campeche o de una untura de goma arábiga;
pero era sin duda una intervención accidental, que pudiera haberse aplicado desde
una candela próxima a la Sagrada Imagen, de entre tantas que se quemaron a sus
plantas, en un momento de adoración, o por obra de un retocador descuidado que
vertió la ligadura de sus pigmentos o jaloneó un hilacho. La tela de cáñamo, pues,
absorbió la pastosidad de la grasa hasta compenetrarse quizá de forma indeleble,
introduciendo, aunque involuntariamente, la técnica de la encáustica o una suerte
de
collage por "accidente controlado".
Así, por obra y gracia de los descuidos de un sacristán (intruso devoto o restaurador
segundón) pero, sobre todo, de las laboriosas abejas meliponas de Yucatán, la
capa
de Juan Diego recibió el más orgánico, concentrado e indeleble de todos sus
materiales y bajo el trazo inequívoco de un ocho. Una conjunción de
cifra, signo y artilugio posibilitada por una técnica de chorreado formando una
pegatina serpentina, sin saberse ahora, hasta que no se tome una muestra, si
contiene algo de cera, goma o resina. A mi gusto lo mejor será pensar que sea
de
cera.
La especie de abeja meliponini es campechana de origen y ahora
cultivada en forma exclusiva en la América atlántica: se le explota desde el norte
de México hasta el norte de Argentina, y es tan apreciada por ser sociable, carecer
de aguijón y porque su concentrado de cera y mieles se expende muy bien por las
tantas propiedades curativas que posee (como el famoso propóleo para aliviar la
tos); tanto así que no sólo los mayas la tuvieron por animal sagrado sino que
por
sus efectos, casi milagrosos, hoy se vende bajo la etiqueta de la Divina
Providencia. La Divina Providencia, que es la manifestación de la voluntad de
Dios
sobre la historia, que siempre ha sido considerada la verdadera autora, en su
representación trinitaria, "de tan celestial pintura", es una de las
marcas de las ceras, igual sintéticas parafinas, más vendidas, que ahora mismo
se
con sumen en el quemador del santuario del Tepeyac.
La guerra: del 1808 insurgente al octavario
revolucionario
Es posible que la mirada devota de Cabrera y Echeverría y Veytia de 1751 haya
generado un falso problema o una simple charada, sin meditar demasiado en sus
consecuencias, pero ya hemos visto que sus lucubraciones no pararon allí: se
politizaron con acrimonia. El caso es que otros autores asimilaron a su modo los
accidentes de esta "imagen espontánea" y así analicemos tres de las
consecuencias de sus impredecibles deslizamientos de significado.
En primer lugar, nada menos, la opinión del jansenista arzobispo de México Lorenzana
-luego cardenal de Toledo, primado de España-, que llegó a expresar el más palmario
y contundente de todos los significados, hasta aquí acumulados, en un sermón solemne
luego de la expulsión de los jesuitas y en el que aseveraba, llamando a la unión
de
americanos y españoles: "Pues alegraos hijos naturales, convidad y llamad indio
a todas las gentes para que alaben a nuestra reyna y se alegren con nosotros de
tener aquí, no la octava maravilla del mundo, sino la primera, pues aunque en
la
túnica tiene unidos dos círculos, que parecen un ocho, son los dos mundos que
protege."39
Tampoco faltó una lectura profética y en clave liberadora al significado del número
ocho en la pluma de un poeta criollo, que por medio de la ambigüedad lamentaba
al
mismo tiempo la crisis de la monarquía de 1808 o auguraba, como canción de gesta,
la
emancipación política tan inminente por aquellos años:
El número ocho tiene
En la rosada túnica, y previene
De este cifrado modo
Que habrá de libertar el reino todo,
Por su alta mediación,
De alguna cruel, tiránica invasión;
Nueva España, estarás serena, afable,
En ochocientos ocho memorable.40
La aplicación de significado que entonces hizo el escéptico Lorenzana partía de una
cifra, que se transmutaba en signo pero que no dejaba de ser un artilugio.
De paso quedaba bien con su público y les recordaba a los criollos su condición
políticamente subordinada. Pero al cabo, como ha señalado William Taylor, esta
operación no hubiese sucedido si el ilustrísimo prelado no conviniera en un arreglo
entre su mentalidad y su fe, mirado aquel objeto venerado con la investidura de
la
inmanencia, una propiedad tan justificativa como indulgente.41 La inmanencia es un valor agregado a toda
representación sagrada ya que es inherente a su prototipo y de algún modo le queda
unido y la expresa en un signo; es más, la inmanencia era inseparable de la esencia
del numen, aunque racionalmente cada persona -si se lo propone-, puede distinguir
la
valencia de esta última de lo que físicamente contempla en la naturaleza de cada
objeto. Se desempeña, pues, como un conectivo emocional entre sus signos visibles
con la divina presencia, para demandar lealtad entre las dos Españas o de plano
con
el sentido acomodaticio del soneto insurgente.
No deja de ser parte de la vida de una imagen el traspaso de sus contenidos
semánticos a otro contenedor simbólico. O cuando los saberes eruditos quedan
sedimentados en la cultura popular y desde allí se reactivan en otro nivel de
significado: el hábito de "contar cuentos" fue hasta hace poco un derecho
de las clases subalternas y, según Robert Darnton, una legítima expresión del
"mundo mental de los no ilustrados" o que se resisten a pensar conforme a
las reglas de la Ilustración.42 Si
el ocho acabó entre veras y burlas de los ilustrados y revivió como
un signo de los tiempos durante la Independencia, volvió por sus fueros en medio
de
la crisis de la Revolución mexicana. Pasada la Decena Trágica, la ejecución del
presidente Madero -y el derrocamiento de Victoriano Huerta en agosto de 1914-,
esta
cifra pudo ser igualmente interpretada como una señal venturosa u ominosa de los
tiempos. O al menos bajo la perspectiva de quien desde la prensa administró el
significado del signo para generar una nueva "con moción". Un cuadernillo
de ocasión salido de la imprenta de Antonio Vanegas Arroyo, situado entre el género
piadoso de la novena de rezo e imprecación y el folletín de sensación, titulado:
Visita a María Santísima de Guadalupe...43
En su docena de páginas, se avisa a los lectores y a "la Nación entera" que
se harán dos anuncios inauditos pasada la pesadilla de la dictadura huertista
y ante
el descontrol de autoridad por carecerse de un mando federal. Aparte de la
reaparición del ocho "en el manto" original, se narra
previamente la aparición de un arcoiris de alborada -del todo inexplicable-, tras
los cerros del Tepeyac y augurando "una señal de paz". Este fenómeno tan
sólo fue detectado por un canónigo madrugador, extasiado y perplejo, que por lo
mismo no supo si de esa forma se anunciaba desde el cielo una nueva alianza de
paz,
"pasado el Diluvio". De esta manera admonitoria comienza la "parte
histórica", para luego dar paso en las hojas finales a las oraciones y
letanías:
En enero de 1915, época precisamente en que las agitaciones políticas del país
llegaban a su intensidad máxima con motivo de la revolución iniciada por el
señor Francisco I. Madero desde diciembre de 1910, y estando como presidente
provisional de la República el general revolucionario Eulalio Gutiérrez, que
fue
designado por la Soberana Convención de Aguascalientes, toda la sociedad
metropolitana y la nación entera, por medio de la prensa diaria, fue
poderosamente despertada de su marasmo religioso al anuncio del último milagro
de la poderosa reina del cielo y patrona de la nación mexicana, nuestra madre
Santísima de Guadalupe que se venera en su Colegiata de México.
Pasados tres días, sucede el descubrimiento del ocho que
supuestamente provocó una conmoción popular y, sobre todo, que quedó patente al
verse multiplicado en cada copia de los altares domésticos:
Se trata nada menos que de la aparición de un signo en el manto de la Virgen de
Guadalupe; signo que tiene la figura del número 8 y que repentinamente ha
aparecido en muchas de las imágenes de la reina de México. Este suceso raro y
maravilloso es objeto de una general admiración de todos los habitantes, con
cuyo motivo puede verse diariamente una perpetua romería ávida de ver por ojos
propios, el singular signo o sea el número 8. Naturalmente que este hecho ha
causado más impresión de ánimo con los diferentes sucesos que han tenido lugar
en la misma Villa de Guadalupe Hidalgo (Fig.
12).
12.
Antonio Vanegas, ed., "Memoria de la aparición del número 8, en
el manto de la Virgen de Guadalupe", en Visita a María
Santísima de Guadalupe. Precedida de una nota completa de la
aparición del número 8 seguida de oraciones, ofrecimientos, letanía,
salutación, 1915, folleto, 27 x 18.2 cm, s.p. Colección
particular, Ciudad de México.

Todo esto desencadenó reacciones individuales y colectivas, pero el articulista se
reserva ponerles nombre y apellido. Las autoridades eclesiásticas se pronuncian
o al
menos cubren el expediente para que no dé lugar a la superstición o el fanatismo...
aunque éste sea, precisamente, el resorte que suscitan las ventas del impresor
"sacatlacos".44 Por
eso mismo, para pasar de lo inverosímil a la credibilidad, enseguida se recogen
las
aseveraciones del canónigo visionario y sus declaraciones tienen que darse en
tono
profético, propiamente un presagio:
el canónigo afirma, asegura y sostiene que lo vio distintamente sin tener duda de
haberse equivocado ni que sea una alucinación simplemente; pero sí asegura, que
la paz de la nación no dilata, puesto que así lo sintió al ver el arco iris y
cree firmemente que la madre guadalupana así lo haya anunciado [...] A los tres
días de haber aparecido el arco iris en el cerro del Tepeyac, uno de los fieles
que concurren asiduamente al templo de la Virgen y que es su más ferviente
devoto, al dirigir sus ojos en éxtasis al cuadro de la guadalupana, descubrió
el
número 8 en el manto de la Virgen, en la parte inferior, encima precisamente
del
ángel que yace a los pies de la imagen. Esta visión no le extrañó al pronto
culpando que era la poca luz; pero más tarde al final de la misa lo volvió a
ver
y ya intrigado por la aparición, se lo hizo notar a uno de los fieles que tenía
a su lado, éste al pronto no vio el número 8, pero cuando sus ojos se
acostumbraron en la oscuridad, lo vio también lo mismo que las demás personas
a
quienes avisaron de la extraña aparición. Como era natural, el suceso corrió
de
boca en boca y todo el mundo católico y aún los más ciegos impíos ocurrieron
al
templo para contemplar el fenómeno que todavía está impreso en el manto de la
Virgen María.
Lo mismo que sucedió entre los descubridores y los apologistas del siglo XVIII, todo
quedaba acreditado por una autoridad del clero que se mantiene en la reserva
"para no alborotar al populacho", el expertise de los
conocedores (ahora en calidad de anónimos) y la vox populi que es
incontestable, pero al cabo es otra forma de permanecer en el anonimato. La parte
final de esta narrativa era un requisito indispensable, al establecer la exégesis
esperanzadora de la cifra, que es lo que el público pide, pero con la debida e
indulgente ambigüedad para interpretar el signo:
Comenzaron los comentarios cada cual a su manera y no ha faltado quien asegure
que la aparición del 8 será señal de paz. Mas el milagroso suceso tiene algo
de
trascendencia como lo vamos a ver enseguida. El milagro de la Virgen de
Guadalupe es muy grande -nos ha dicho una eminencia del clero. La patrona de
México quiere demostrarnos que está con nosotros como que es la madre de los
mexicanos y que difícilmente nos retirará su valiosa protección y más en las
actuales circunstancias porque atraviesa la patria.
Por último, no deja de aparecer el personaje del escepticismo propio de la era
racional ("los ciegos impíos"), que al igual que Bartolache también
resulta un testigo de parte..., pero que al cabo se rinde ante la evidencia
colectiva:
Nosotros no pertenecemos al grupo de personas que se alucinan con cualquier hecho
insignificante, pero el suceso o milagro del cual nos ocupamos, sí nos llama
la
atención en vista de que el mismo número 8 ha aparecido en gran cantidad de
imágenes de la Santísima Virgen de Guadalupe, circunstancia que tiene
profundamente confundidos a los propietarios de ellas. No creemos necesario
publicar la larga lista de nombre de los dueños de distintas imágenes, más lo
cierto es que se forman gran número de peregrinaciones que van de casa en casa
viendo con admiración y gran asombro el mismo número 8.
El acertijo de la cifra se resolvió en la siguiente reimpresión del cuadernillo que
declaró a plana entera: "El día 8 de febrero del presente año quedará asegurada
la Paz de la Nación por medio del milagro de la Virgen Santísima de
Guadalupe."45 No se olvide
que apenas, desde el 6 de diciembre de 1914, las tropas de Villa y Zapata habían
tomado la Ciudad de México y ocupaban el Palacio Nacional (y Carranza al huir
se
llevó la representación federal a Veracruz). El presidente interino de la República,
Eulalio Gutiérrez, tuvo que escapar el 16 de enero para establecer su investidura
en
San Luis Potosí. Las tropas constitucionalistas lidereadas por Obregón recuperaron
la capital el 26 de enero de 1915, previa huida de los ejércitos del sur y la
División del Norte.46 Este último
no sin atemorizar aún más a los habitantes de la capital y al mismo clero por
el
régimen de imposiciones y privaciones que impuso. Se vivía, pues, en medio de
la
zozobra y el pillaje, pero igual el fervor de una religiosidad campesina y
proletaria desde que las tropas del sur entraron con su estandarte guadalupano
o sus
estampas calzadas en el sombrero. Por el contrario, la última semana de enero
se
sintió el primer manotazo de los carran-cistas jacobinos que cimbró a la iglesia,
y
transmitió a sus fieles la percepción de que el estado nacional quedaba diluido;
pero sobre todo quedó cerrada la posibilidad de alejar la discordia y la violencia.
La fabricación del milagro del ocho tuvo que ocurrir entre esa
fecha (26 de enero) y la primera semana de febrero cuando los editores se lamentaban
del régimen militarizado y posiblemente apostaban al retorno de las fuerzas
populares del norte y del sur.
En una segunda entrega, Vanegas intentaba estabilizar el caos augurando la esperanza
de un acuerdo entre las partes e invocando la participación hierofánica de la
Guadalupana. En 24 cuartetas se contaba el milagro cifrado entre el iris y el
ocho, al tiempo que los creyentes se movilizaban expectantes
detectando el ocho en sus imágenes caseras:
La Paz ya pronto es un
hecho, dice el clero mexicano y se acabará la guerra guerra de
hermano a hermano.
|
Ese 8, Virgen María, de la
paz será la fecha y permite que sea hecha, ya que tú nos las
envías
|
Pues si el iris no vastó
[sic] para fe tener en ti, un 8 apareció que mi vista
contempló
|
El 8 ha aparecido en la
punta de tu manto y con él se acabará de nosotros el
quebranto.
|
Populo locuto, causa finita, est, parece decirnos el articulista.
Pero la noticia de sensación no deja de encerrar una terrible paradoja: que en
lugar
de un nuevo iris de paz, el signo de este ocho reaparecido
resultara del todo ominoso para la propia Iglesia mexicana. Ya por las inminentes
leyes restrictivas carrancistas como por el ataque a las imágenes sagradas por
parte
del ejército constitucionalista tan proclive a profanar y conculcar los recintos
eclesiásticos.
La persistencia de "contar cuentos" es sorprendente y apasionante, pero lo
es igual la intervención y reconfiguración de una imagen para nuevos usos. La
plancha que Posada había abierto para las fiestas de la coronación de 1895 fue
la
misma que un entallador anónimo modificó con su bruñidor dos décadas después,
ahora
como prueba visual o "ilustración científica" del prodigio. En esos días
de enero de 1915 raspó con torpeza sobre los arabescos de la túnica y así reluce
-casi con efecto fluorescente-, un aparatoso ocho que por exagerado
ahora provoca un efecto contraproducente. Pese al anacronismo del discurso y sus
préstamos, la aspiración de los "no ilustrados" era del todo legítima y
vigente: al tiempo en que se "retrabajó" el grabado, en un contexto de
crisis y amenaza, resurge una historia de filiación marial-apocalíptica que
momentáneamente intenta estabilizar "el quebranto" y "la
agitación" de la patria y detener el tiempo en un espacio ensangrentado por la
lucha fraticida (Fig. 13).
13.
José Guadalupe Posada, grabó en 1895, autor desconocido modificó en
1915, Visita a María Santísima de Guadalupe. Precedida de una
completa noticia de la aparición del núm. 8 y seguida de oraciones,
ofrecimiento, letanía, salutación, 1915, folleto, 27 x 18.2
cm. Colección particular, Ciudad de México.

No en todas sus versiones de la Guadalupana, el grabador Posada incluyó esta cifra,
pero al menos quedó registro en una: el Juan Diego tenante que despliega y muestra
su capa estampada. Al validar la tradición de las "verdaderas efigies",
sumó el ocho al final de los arabescos siguiendo el modelo de
rasgos abiertos de Bartolache (Fig. 14). La
herencia de Cabrera no sólo estaba viva en el tipo de indio con balcarrotas sino
en
este detalle, aparentemente tan nimio, que apenas rescatamos o incluso también
alucinamos si acaso esto no es verdad, un engaño de nuestra vista o mera casualidad.
El ocho descomunal de los Vanegas Arroyo de 1915 no sólo fue un mal
presagio para el futuro quizá también fue el obituario de una tradición popular
que,
al parecer, desde entonces anunció su salida de circulación en el arte del siglo
XX
(salvo la excepción desconcertante que mencionamos arriba en la tradición de los
cromos almanaque de González Camarena). Es también revelador que el más solicitado
copista guadalupano de entonces, el incansable padre Gonzalo Carrasco, alentado
por
su militancia cristera y al gusto que su pintura desarrolló entre la clase católica
media y alta, haya mantenido en algunas ocasiones esta cifra quizá por considerarla
un signo de la tradición que moría con él.47
14.
Jose Guadalupe Posada, Coloquio para celebrar las cuatro
apariciones de la Virgen de Guadalupe, 1913, 17 × 10 cm.
Coleccion particular, Ciudad de Mexico.

Arquetipos primigenios, artilugios sintéticos
En suma, si miramos con ojos actuales, luego de la inspección de Cabrera y Echeverría
y Veytia sucedió aquella operación de la mente que exploró Carl Gustav Jung o
cuando
las expectativas no cumplidas retrotraen al inconsciente colectivo los arquetipos
primigenios y que, de pronto, se materializan en imágenes oníricas o miríficas
o
donde la mirada epocal hace su parte: las metarrepresentaciones (Fig. 15).48 En verdad, en 1751 había tenido lugar una
metarrepresentación de repentino, perceptible y comprensible sólo para los
iniciados: imágenes que registraban la visión desde una especie de ectoplasma
informe y que la imaginación reconfiguraba mediante un juego dinámico e inteligible
de signos, pero donde las estratagemas de la retórica hacían la mejor parte. Para
Echeverría y Veytia posiblemente era un indicio viquiano de aquellos otros que
la
Providencia "oculta en el objeto" para constatar al cabo la
"naturaleza común" de las naciones.49
15.
Anónimo novohispano, detalle de Iczotl, ca. 1787,
18.3 x 13.5 cm, tomado de Bartolache, Manifiesto satisfactorio
(vid supra n. 18).

Tampoco es casual que Cabrera y sus promotores jesuítas se hayan servido de los
instrumentos retóricos. O bien ajustando ese "catalejo para bien mirar"
descrito por el conde Emanuel Tesauro en su multieditado y traducido
Cannochiale Aristotélico de 1655 (Fig. 16). Este libro es un amplio repertorio de recursos
retóricos y visuales, que servía por igual a predicadores y pintores para agudizar
sus argumentos y zanjar los problemas de la representación, y penetrar, por obra
de
la retórica, en los significados más ocultos de los signos. Pero, como bien ha
visto
José Emilio Burucúa, Il Cannochiale también sancionaba toda
ambivalencia de significado incluso "para dilucidar los problemas de las
contradicciones y de los límites cognitivos de la visibilidad".50 Merced al recurso y discurso de
dirigir la mirada, gracias al paragone o a la hermandad de la
Poesía y la Pintura, se obtenía el efecto deseado y casi obsesivo de persuadir:
"Las cuestiones de la verdad y el engaño, de las metamorfosis de la una en el
otro y viceversa, del carácter irreductiblemente anfibológico de las
representaciones."51 En el
frontispicio alegórico de esta obra, la personificación de la Poesía es capaz
de
descubrir y escrutar las manchas solares (casi las mismas imperfecciones de María
de
Guadalupe vestida de sol), pero ayudada de la Filosofía y la Ciencia mediante
un
impensable oxímoron entre los métodos de Aristóteles y Galileo. Al tiempo que
la
Pintura mejoraba las manchas de la estrella y describe lo inefable y lo imposible,
merced al artilugio de un espejo cónico, o por medio de una anamorfosis que anuncia
el maridaje entre ambas: "Todo en uno". Sin todas ellas resulta imposible
conmover y persuadir: en su afán de mejorar las imperfecciones de la realidad,
son
"mujeres fabricantes de ficciones, pero contradictorias sirvientas de la
verdad".52
16.
Domenico Piola, dibujó, Georges Tasniere, grabó, 1670, frontispicio
de: Emanuel Tesauro, Il Cannochiale aristotelico. Osia, idèa
dell'arguta et ingeniosa elocutione che serve à tutta l'arte
oratoria, lapidaria et simbolica esamita co principii del divino
Aristotele (Turín: Bartolomeo Zauatta, 1670). Colección
particular, Ciudad de México.

En medio de esta misma poética y política de "peregrinas y metafóricas
operaciones que hacen incrédulo a quien no las ve y a quien sí las ve le hacen
creer
lo increíble", en los últimos 50 años (una era neobarroca) no han menguado los
análisis pseudocientíficos guadalupanos, o peor aún, una especie de ciencia ficción
aplicada a la imagen, todos basados en el supuesto de la resolución de enigmas
(Fig. 17). Menciono alguna de estas
"tesis" que han ganado infinidad de adeptos o la sonrisa escéptica,
incluso, de algunos sacerdotes: las pupilas de la Virgen como registros fotográficos
del retrato de Juan Diego; la túnica y el manto vistos como códice pictográfico
que
renueva a la antigua diosa Teotenantzin; la partitura musical y celestial escrita
secretamente entre los arabescos y las estrellas o la carta astral del manto que
prueba la perfecta alineación de las constelaciones aquella madrugada del 12 de
diciembre de 1531. Si aún estuviera vigente el Tribunal de la Fe del Santo Oficio,
no dudo que todos estos autores, excedidos y extraviados a causa de su propio
ingenio, quedarían instruidos bajo proceso de ilusos, alumbrados y embaucadores,
peor todavía a la gravedad de la causa seguida y padecida por fray Servando; pero,
paradójicamente, muchos de estos libros "que alborotan al populacho" gozan
del nihil obstat eclesiástico y son prohijados por una parte de la
jerarquía.
17.
Portadas de libros guadalupanos. ©Fotos: Fernando Herrera.

Hay que decir, por último, en descargo de las vaguedades y vanidades del propio
Bartolache, que el Manifiesto satisfactorio representa a un autor
amigo de Galileo, que miraba con su nuevo telescopio, mientras sus contemporáneos,
como los de hoy, seguían y siguen aferrados al catalejo de Aristóteles y sus lentes
anamórficos o deformados. Al igual que los conservadores que en 1982 vieron al
microscopio la verdadera naturaleza de los pigmentos y fibras, que hicieron
ostensible su idea del conocimiento guiados por el acto de mirar, observar,
describir y comenzar a escrutar, como pocos, en los hasta hoy silenciados análisis
de los materiales.
Pero como hombres simbólicos junguianos seguimos aferrados a los significados y sus
artilugios, por ser tan elocuentes por lo que cuentan y cuentan para el imaginario
social. En esta constelación de alucinaciones, el ocho desde luego
ha vuelto por sus fueros y es ahora un signo egipcio-caldeo del universo eterno,
obra de la Providencia divina "que se resuelve a sí misma" desde el
infinito.53 Merced a la obra de
Horapolo que transmitiera en su Hieroglyphica estos saberes
ancestrales al neoplatonismo del Renacimiento, resurge este significado que alcanza
ahora mismo la tilma milagrosa y, en medio de la cultura new age, a
tantos practicantes del tatuaje indeleble que lo graban con tintas en piernas
o
brazos para asegurarse, desde su organismo perecedero, la trascendencia al infinito:
un lugar permanente en la otra vida o un pasaje seguro a la Eternidad (Fig. 18). Ya vimos cómo Conde y Oquendo
despachaba el asunto como si se tratase de una garambaina o garabato con el que
tropieza cualquier panegirista: "parte graciosa de una imaginación viva y
exaltada con el calor de la devoción: epidemia que padecían las bellas letras
de
aquel tiempo".54 No por nada
decía el fraile Téllez Girón en 1792, también de una manera traviesamente falaz
y
juguetona: "Cuántas veces por modo de recreación nos ponemos a mirar las
figuras que van haciendo las nubes al formarse: si uno las juzga caballo, otro
las
mira dragón con su cola."55
18.
Tatuaje con el Ouroboro en forma de ocho, símbolo
del infinito y la eternidad. ©Foto: Fernando Herrera.

La certeza misma de nuestro conocimiento histórico entra en crisis cuando se tropieza
con la yuxtaposición de los anacronismos y puntos de vista, así Didi-Huberman
parafraseaba una reflexión de Walter Benjamín, a propósito de las imágenes que
se
generan por azar en el caleidoscopio o los "rompecabezas chinos" y más aún
si están en manos de los niños:
La palabra bretzel, existente en francés a finales del siglo
XIX, viene del latín vulgar brachitella, diminutivo de
brachita, de brachium, "brazo".
Designa -por analogía de forma, de Urform- un panecillo liviano
en forma de 8 de brazos entrelazados, salado y espolvoreado de comino. Si se
lo
emplea en otro sentido, el bretzel dibuja algo que se vincula
al símbolo del infinito, lo que daría un sentido muy profundo a la frase del
pequeño filósofo: el tiempo se lanza como un bretzel en la
naturaleza.56
En cualquier panadería tradicional mexicana -tan influida por la francesa desde el
siglo XIX-, aún se despacha el bizcocho llamado ocho.