Resumen
Desde la reconsideración de los estudios asincrónicos y la resignificación de las imágenes, propuestos por Georges Didi-Huberman, en este estudio de caso se explora la emergencia de una “imagen espontánea”: el número ocho que en el tobillo de la imagen guadalupana de México detectaron el pintor Miguel Cabrera y el historiador Mariano Fernández de Echeverría y Veytia. Una cifra enigmática que devino en signo exegético y acabó, por efecto de los juegos retóricos, en un artilugio de hondo mensaje profético, incluso libertario. El número ocho, además, resultó una práctica pictórica inherente al concepto de vera effigie o casi una manera de autentificar las copias del ayate de Juan Diego. Este signo devoto y promisorio no escapó, sin embargo, a la crítica ilustrada y racionalista del siglo XVIII pese al prestigio del pintor que lo reportó en su dictamen Maravilla americana de 1756.